sábado, 2 de marzo de 2013

AÑORANZAS DEL PASADO. EL COLEGIO. PARTE TERCERA


Valle de Valparaiso

La noche había caído y el manto azul de un cielo ultramar intenso cubierto de brillantes, zafiros y esmeraldas arropaban el frágil sueño de un valle, con denominación de origen, Valparaíso. En esta depresión, en esta cuenca, parece como si el Creador hubiera querido echar el resto de su omnipotencia; a veces pienso que el Paraíso Terrenal, aquel del que nos habla La Biblia, donde Adán y Eva disfrutaron de sus delicias naturales, debió de sentir envidia sana de este nuestro valle.

Paraíso Terrenal

 
Un cielo ultramar intenso
Dormitaba el Colegio, y en ese cabecear, cuando aún las musas del sueño profundo no le han hecho mella, cuando la sinfonía orquestal de las aguas que corren lavando los pies de nuestro entorno, en ese ambiente especial que, como perfume embriagador, sube desde la ribera del Darro, acompañado de los últimos y casi apagados gorjeos de las numerosas aves que se acogen a la ilusión del letargo de una velada más; cuando el verdor intenso de la naturaleza matizado por la infinidad de colores fríos y calientes que con él conviven, se ha ido paulatinamente apagando, porque Febo, el dios sol, el que les da fuerza y vigor durante el día, en esa huída acostándose en la cuna de lontananza se ha marchado; cuando comienzan los rasgueos de la guitarras gitanas que con sus primeras notas abren y dan paso a la zambra y a esos cantos de la “arboreá, la mosca, la cachucha o la boda gitana” que, como nanas, vienen a convertir el sueño de nuestro Colegio en dulce y agradable placer; cuando a la sultana Alhambra se le suben los colores a la cara, de ese rojo esmeralda que como ascua de fuego, -que le proporciona lo que la inteligencia humana ha sabido hacer transformado en electricidad-,va a encender todo el cuerpo del valle haciendo que los fantasmas que, proporciona el miedo de la noche, desaparezcan para que la naturaleza plena pueda dormitar con suma tranquilidad; cuando el rocío de la noche como manjar y alimento especial de la hierba regaba abundantemente todo el recinto, cuando..., cuando..., paseaba tranquilamente, por nuestro recinto, después de una de esas reuniones que celebramos la Junta Directiva de la Asociación de Antiguos Alumnos del Seminario de Maestros del Ave María.
                                                        El dios Sol se marcha
 
Apoyado sobre la barandilla que protege el camino que da al río, por momentos, mientras veía desaparecer y apagarse lentamente las conversaciones de mis compañeros que se perdían en la espesura del ropaje de la arboleda del paseo central, mi mente, atosigada por tanta riqueza embriagadora y soñando en uno de esas leyendas persas, subido en alfombra voladora te trasladan a edenes  misteriosos o a ser protagonista de un cuento más de las Mil y Una Noches, quedó en  plena libertad para que mi subconsciente, como en un “Flas Back”, se hiciera de nuevo niña y se trasladara a aquellos maravillosos años de nuestra infancia.
                                             A la sultana Alhambra se le suben los colores a la cara
 
La campana de la vela dejaba escapar, con su voz  de bronce ampuloso, los últimos sones de unos ecos  que nos traían el recuerdo de aquellos labradores que, ansiosos, esperaban el turno para saciar la sed de los campos de nuestra Vega, o las recomendaciones de las madres del barrio que, a sus hijos, interpelaban, a la hora de dormir para que cogieran pronto el sueño, como la voz del “coco” que se comía a los niños que dormían poco.
                                                          Los campos de la Vega de Granada
Entre tanta y tanta meditación, mi mente ya no estaba en el año 2013 sino en el 1945.
               Apoyado en la barandilla que protege el camino
Veía a mis compañeros saltando la acequia, ascendiendo por una veredilla que, con el paso de unos y otros, habíamos formado, para subir donde estaba nuestra clase. De este modo podíamos llegar arriba rápidamente, a no ser que fuésemos descubiertos por D. Antonio Bas Sánchez, así se llamaba el maestro que regentaba la clase mayor; si nos delataba nos invitaba a dar la vuelta y subir por la escalera que había frente al jardín de la palmera, era el camino correcto. Pero no siempre estaba allí D. Antonio, por lo que aquel caminillo seguía convirtiéndose en paso arriesgado.
D. Antonio Bas Sánchez
 
 
 
 
 
 
 

 
 
 
 
 
 
                                                                            
 
Es la hora del recreo; contemplo a un grupo de niños jugando “al salto de la muerte”;  otros se divierten, entre los que estaba yo, a “chichiri voy”, a los pies de tu cabeza voy, el uno soy, el dos soy,..., (se va diciendo mientras se salta sobre los que pierden).
 
-¿Churro, pico, tecna?- Grita el jefe de los que ganan.
 Una voz que sale de las profundidades de los que amagan responde:       
-churro.
-No, es tecna, (contestan los que dominan).
-Así que os toca seguir agachados.
 
                                              
 
Otros se entretienen jugando a la rayuela sobre una “penca”,- hoja de las numerosas chumberas que poblaban la parte alta que colindaba con el Camino del Sacromonte; pobre del que perdiera, tenía que sacar con los dientes el palillo que después de tres fatídicos golpes le habían introducido en el interior.
No digamos nada de los que se distraían con los “nicles”, - logrados de los forros de los caramelos- jugando “al nicle, nacle, chocolate”. A las cajillas, obtenidas de los forros de las cajas de cerillas, para jugar a los montones o al triángulo. De los trompos y trompas para ver quien rompía más de estos artefactos que, con movimiento de traslación y rotación, a más de un maestro le sirvió para explicar los giros de la Tierra.
 ¿Qué me decís de la lima? aquella que, a escondidas de nuestro padre, le habíamos extraído, para después de quitarle el puño de madera, nos servía para clavarla en la tierra húmeda, en ese tiempo lluvioso del invierno y de la primavera propicio para jugar. Cada juego tenía su momento y su época, pero sobre todo, ¡qué gran imaginación le echábamos! para, careciendo de los medios económicos, idearnos nuestros propios juegos.
D. Fernando Fernández Crespo, aquel maestro de mediana estatura, de cabeza dolicocéfala de carácter aparentemente serio, se frotaba los nudillos de una mano sobre la palma de la otra para entrar en calor o para contener el esfuerzo que, en determinados momentos, tenía que hacer para no dar un cogotazo; aquel maestro que nos ilusionó con el dibujo y la acuarela, aquél que cualquier avemariano de aquella época y de mucho después recuerda como el que más huella le dejó.
Tenía una metodología especial, intuitiva, práctica y agradable, para enseñar cualquier materia; podríamos seguir hablando largo y tendido de él. Aprovechó la lima no sólo para quitársela a los que con ella jugaban, -era peligrosa, alguno se vio con el pie atravesado ante un fallo del que la  lanzaba-, sino para enseñarnos las capitales de los países sudamericanos; Ecuador, capital Quito,
-como yo hago, (quito); Perú, su capital Lima,
-(lima) la que yo recojo.
Así quedaba la frase: quito lima. De este modo recordábamos las capitales de estos dos países.
                                                             Campo antiguo de fútbol de los cármenes
 
Otros, aunque fuera con una pelota de trapo, también se divertían jugando al fútbol delante de la placeta de la clase. Allí estaba “el Cuerva”, aquel que fue un gran jugador del Recreativo y del Granada Club de Fútbol, dando los primeros “leñazos” a sus compañero, ¡el Cuerva era mucho Cuerva!
        Cuántos esfuerzos y trabajos tuvimos que realizar para tener un campo de fútbol, o por lo menos, a nosotros nos lo parecía, comparándolo con el que teníamos en la placeta de la clase; para lograrlo retiramos, con nuestros sudores, todo el huerto de chumberas que había por encima de las clases sexta y séptima.
Con los balones de deshecho que nos proporcionó el Granada, C.F., nos sentíamos verdaderos ases de este deporte. Los Nicu, Miguel López, Aguado, Cantillos..., se sentían como unos profesionales.
D. Antonio Bas, al que los alumnos le tildaban con el mote de “el paletas”, buen maestro, daba la última pátina educativa, cultural e instructiva, para finalizar la Enseñanza Primaria. De allí salíamos bien preparados unos para estudiar bachiller, otros para ingresar en las fábricas de Electricidad Sevillana o de Pólvora, en el Fargue, o simplemente para ocupar un puesto en cualquier trabajo comercial o industrial.
La disciplina y el orden eran la norma habitual y más de una reprimenda se llevaba el discípulo atrevido que quisiera romper con las normas de convivencia. Los nombres de Morón, Trapero, Morales, Urbano, Arias, Miranda, Cantos, Carmona, Olmo, Ramos, Castillo, Arturo, Rostán, Ramón, su hermano..., por citar algunos de los muchos compañeros que aún recuerdo con agrado, me vienen en estos momentos a mi memoria.
                                                                    Jugando a la rayuela
Era D. Antonio un maestro al que le gustaba mantener una buena relación con aquellos alumnos que, habiendo salido del colegio y estando ocupando un puesto en la sociedad, procuraban seguir de alguna manera ligados al Colegio que les educó y formó.
 
                                                 Fábrica de pólvora de Santa Bárbara en el Fargue.
 
De esta guisa, de vez en cuando, montaba obras de teatro que se ensayaban por la tarde-noche cuando los actores habían dejado sus ocupaciones estudiantiles o laborales.
 
 
                                                      Los ex-alumnos montaban obras de teatro
 
Me gustaba ir al salón de actos y verlos ensayar, en más de una ocasión tuve que suplantar, aunque fuera simuladamente, a alguno de los que, por causas justificadas, en algún momento faltaban.  Allí estaban: Jiménez Barragán, Antonio Sánchez, Victoriano Rostán, Salazar..., desenvolviéndose como actores de primera magnitud, después se lo hacían vivir al numeroso público que acudía a las representaciones en los días solemnes del Ave María.
 
                                                  Me está llegando el "pitorreo" de los instrumentos
 
Me está llegando a mis oídos el “pitorreo” de una mescolanza de notas que salen de una serie de instrumentos, algunos con más bollos que una cacerola de porcelana, la mayor parte de estos eran adquiridos por D. José Rodríguez, maestro de la banda, de segunda, tercera o cuarta mano. Los ensayos se hacían, cuando el tiempo lo permitía, en la placeta donde se encontraba la clase, dedicada exclusivamente a los músicos que, por no alterar el orden de las demás clases, ya que de vez en cuando tenían que ausentarse del colegio para ir a las fiestas de los pueblos, formaban una escuela unitaria.
 
Mientras unos practicaban sentados en el pretil que da al camino central, delante del atril metálico que sujetaba la partitura que pacientemente se había escrito a mano con aquella plumilla que portaba la tinta extraída del tintero, ( en aquella época, ni había bolígrafos, ni por supuesto fotocopiadoras que hubieran podido ahorrar tiempo y trabajo), otros solfeaban delante de las pizarras que había en la fachada de la casa que habitaba D. Fernando y su familia; todo esto bajo la atenta mirada del maestro, de larga nariz, fumador impertérrito, que apretaba sus mandíbulas con fuerza para contenerse ante los fallos que se cometían y evitar soltar una reprimenda, lo cual no quiere decir que no la hubiera.
 
                                                            Actuando en las fiestas de los pueblos
 
Cuando por imperativos que imponían la salida a las fiestas de los pueblos había que intensificar los ensayos, estos se realizaban en segunda sesión por la noche; aquello daba motivo para que, a la salida alguno de los musiquillos, amparándose en las tinieblas de la noche, diera al traste con las uvas de los parrales, los higos, nísperas, ciruelas y demás frutas que entonces abundaba, en el paseo central del Colegio.
 
                                                           Solfeando delante de las pizarra
 
 
                                                            "Mares y ríos bendecir al Señor"
 
La interpretación musical de las partituras, cuando se acoplaban, bajo la batuta de D. José, se veía acompañada por la musicalidad acuífera de aquella fuente que en forma circular se encontraba en medio de la placeta con sus cuatro chorros laterales y de otros varios que salían de una esfera situada en la parte alta de una columna cuadrangular que ocupaba el centro de dicha fuente. La lectura, representada en azulejos alrededor de la fuente, tenía su papel recreando nuestro espíritu, “Fuentes, bendecid al Señor” “Mares y ríos, bendecid al Señor”, constituía una melodía especial cuando la leíamos.
 
 
Nuestra banda de música hizo historia en los anales de la Casa Madre. Recuerdo aquellos días de S. Andrés cuando después de la misa solemne se daba un concierto doble en la placeta de la iglesia; digo doble porque también acudía otra banda del Ave María, la de S. Isidro,  bajo la dirección del maestro Ayala Cantos.
 Había una competencia por ver cuál de las dos orquestas lo hacía mejor. Los niños formando corro, alrededor, aplaudíamos, sobre todo a nuestra banda. Atraía especialmente la atención la diminuta figura de uno de los músicos, el trompetista José Luis Hidalgo Chica que, cual hidalgo caballero, trompeta en ristre, lanzaba sus notas al aire de “Las Islas Canarias”, bajo la atenta mirada de sus innumerables admiradoras.
 También estaban allí: José Idígoras  Gallut, Antonio Laín, Manuel Gómez,  Rafael  Puche, Leopoldo Martínez, Manuel García (Sibari), Rafael Megías, Francisco Pérez Barrera, José Ruiz Rodríguez, Francisco A. Milán, José Rada, Francisco Rada, Enrique Castro, Manuel Palma, José Miranda, Miguel Miranda, Agustín Aguado, Antonio López, Teófilo Martínez, Antonio Rocino, los hermanos Hidalgo Chica (Ángel y Antonio), José Elvira, Enrique Molina, Leonardo Sánchez, Luis Arganza, Miguel Gómez, José Amaya, Rafael Martín, José Molina, Antonio Aguado..., y otros muchos que después fueron magistrales profesionales en bandas oficiales.
 
 
 
 (A todos ellos mi más sincero reconocimiento por su labor prestada a esta Institución del Ave María; en esa edad, quizás no eran conscientes de la actividad que en esos momentos realizaban. Como niños, todo era juego y diversión, sin embargo, supieron llevar por muchas tierras y pueblos el nombre de nuestro Colegio, el Ave María).
En aquel tiempo, una banda de música no podía faltar en ninguna de las fiestas patronales de los pueblos, acompañando al Santo Patrón durante la procesión y posteriormente, por la noche, en la verbena amenizando el baile.
Nuestra banda fue contratada innumerables veces y sus componentes eran alojados en las casas de las familias que formaban parte de los organizadores de las fiestas, como mayordomos y cofrades.
Los desplazamientos se solían hacer en camión descubierto con los instrumentos amontonados en un rincón. Por la Comisión de Fiestas eran alojados los músicos en diferentes casas. Los tiempos que corrían no eran muy boyantes y las necesidades estaban a la orden del día.
 
                                                       D. José Rodríguez con la banda de música

Anécdotas de las aventuras corridas por estos pequeños artistas y musicólogos se podrían contar en gran número; quiero hacer referencia a una de las que llegaron a mis oídos y que, sin dar crédito excesivo, habría que poner en duda.
Dos de estos protagonistas, una vez terminadas las fiestas -parece que el hecho ocurrió en Benalúa de las Villas-,  cuando ya se iban, cada uno cargado con su taleguilla de garbanzos o de lentejas -costumbre común en todos los pueblos donde acudían-, se acercó una mujer desesperada, llamando al Director; interrogada por éste, que cuál era su problema, dijo que le habían desaparecido los chorizos de la matanza que guardaba sigilosamente en una orza; D. José le preguntó quiénes habían sido sus huéspedes; pronto fueron descubiertos y del fondo de la talega salieron la ristra de chorizos. Como en aquel tiempo no había demasiados impedimentos para castigar a los niños en sus angelicales fechorías, D. José les administró sus buenos cogotazos, despidiéndoles con su correspondiente puntapié en el polo sur, de sus respectivos cuerpos.
 
 
El airecillo que viene del Valle me hace volver a la realidad. Así, despegándome de la barandilla en la que apoyé mi cuerpo para poder soñar, en esta fantasía nocturna en la que hubiera permanecido una eternidad, apresuro mis pasos para unirme a los compañeros de Junta de Gobierno que, en la puerta de la Colegio, están esperándome.
Como el tema da para mucho y no quiero, por hoy, cansarte más, mi querido amigo, compañero y lector, simplemente indicarte que en el próximo archivo seguiremos contando estas añoranzas de la niñez.
Quiero, a la terminación de este artículo, dejarte un agradable sabor poético puesto en boca de nuestro desaparecido avemariano, Manuel Benítez Carrasco, que con esa forma especial, “sui géneris”, de escribir e interpretar su poesía, en más de una ocasión nos deleitó con ésta que va a continuación.
              
            POR LOS CAMINOS DE MI ESCUELA
 
Me estoy bañando en mi infancia;          
con agua de infancia estoy
salpicándome las sienes;                                             
¡qué gracioso salpicón;
qué bien me sienta este baño
de primera comunión!
 
Los niños cantan y cantan...
(con ellos cantaba yo)
 
“... de diez me llevo una,
de veinte dos,
de treinta, tres...”
 
del alba me llevé el sol
y de todas las estrellas
me llevé el beso de Dios.
 
Geografía al aire libre,
mares a mi alrededor.
Y el Darro allá abajo
el estudiante mejor:                             
agua y agua, cielo, espejo,
nieve, nube, espuma, son..
 
El sistema planetario
bajo las parras en flor;
qué fácil llegar a Marte,
qué fácil mover el sol.
 
Y en vuelo interplanetario,
con una rapidez loca,
llevarme un racimo de uvas
desde Saturno a la boca.
 
...Mi corazón , un planeta
más que de tierra, de Dios,
con un ángel en la orilla
y un demonio alrededor
-satélite de blancura,
satélite de carbón-;                        
bien cuidó de mi custodia
el ángel que me guardó...                   
 
                                                                                           
Que ahora mismo, con qué risa,
y, a un tiempo, con qué temblor,
estoy prendiendo en el negro
abrigo de don Ramón
un muñeco de papel,
 
un alado fantachón                                               
hecho con las letras santas
del libro de religión,
mientras que mis condemonios                        
le cantan a media voz:
 
“Borriquillo caliente
que lleva la carga
y no la siente...”
 
Don Ramón no se da cuenta
-y tiene su explicación-.
Que, aunque serio de remate,
es viudo y sin amor;
y cuando ve a doña Águeda,                    
don Ramón no es don Ramón.
 
Y es que aquella doña Águeda
-hoy caigo en la cuenta yo-,
 como maestra era buena...
y como mujer...¡mejor!
 
Por la acequia,
como barcos vegetales,                 El poeta avemariano, Manuel Benítez Carrasco,    
                                                                llevó su poesía por muchos países del mundo
hojas de bambú navegan.              especialmente por países de habla española
                                                                México, Argentina...
Y barquitos de papel
sin timón, jarcias ni velas
van, a deriva de sueños,
en callada competencia,
a una inminente batalla
de cañonazos de piedras
y a un prematuro naufragio
de aventuras marineras.
 
(También un día yo fui
marinero en esta acequia).
 
“Agua de mi escuela,                            
acequia de Dios;
un Ave María
y el Padre Manjón
con su borriquilla,
con su bendición,
como en Galilea
Dios nuestro Señor.
Agua de mi escuela:
canta, corre y canta
y dame tu son,                                
que hoy te necesito
por mi corazón.
Yo, desde mi cuna,
soy agua también,
mucha ya pasada,
poca, por correr.
Dame tus recuerdos,
¡me hacen tanto bien...!
Y dame tu gracia
y tu sencillez
ahora, en mi vida,
y en mi muerte, Amén”.
 
Por los naranjos, un grupo           
de niños roban un sol
pequeño en cada naranja.
Con ellos robaba yo.
 
...”Robad cuanto os venga en gana,
robad a más y mejor;
que nunca es grande el castigo
cuando es chico el pecador.
Que nunca podréis estar
ni podréis ser, como hoy,
ni más limpios de pecado
ni más dignos de perdón”
 
¿Quién los castigará a ellos...?           
¿Y a mí, quién me castigó...?
Qué pena que se haya muerto
-que es haber crecido yo-,
aquel don Juan medio ciego,
aquel vejete de Dios,
zapatos casi de tierra,
coronilla casi flor,
gafas casi de milagro,
sotana casi sayón.
¡Qué pena que se haya muerto!...
¡Y eso que me castigó!            La enseñanza al aire libre. Las niñas hacen sus trabajos            
                                                           sobre las pizarras que hay en el Carmen.
Yo robaba las naranjas
recordando la inscripción
que en la puerta de la escuela
es como una invitación:
TODO PARA TODOS
Sí.
sí;  pero para ti, no.
 
Tres libros en cada mano
y arrodillado ante Dios,
mi llanto no se sabía
si era rabia o contrición.
                                                               
 
-Resucite usted, don Juan;
lo pido en nombre de Dios,
y castígueme de nuevo
por algo mucho peor
que robarle las naranjas
a espaldas de su perdón;
que cantarle a don Facundo
escondiéndome la voz:
“Por la carretera sube
Facundo con un farol;
se le han roto los cristales
y se ha dado un coscorrón...”
que hacer rabona en el río,
que hacer aeroplanos con
las hojas del catecismo,
que tomar la comunión
sólo por ver si el obispo
era un hombre o el Señor...
Porque todo aquello y más
volvería a hacerlo hoy,
si usted no se hubiera muerto
que era no ser grande yo.                
                                           
 
Suena la banda de música.
¿Quién será su profesor...?
¿Y le harán burla los niños
como entonces hacía yo...?                                                               Río Darro
Entre la banda de música
yo era un pequeño tambor,
redoble siempre a destiempo
seguido de un bofetón.
 
 
Y cantan, cantan los niños...;             
con ellos cantaba yo:
“De diez me llevo una,
de veinte ,dos,
de treinta, tres...”,
del alba me llevé el sol,
y de todas las estrellas
me llevé el beso de Dios.
 
Hoy quiero cantar con ellos            
y no me llega la voz.
Que las cosas que hoy me llevo
de treinta, vida y amor,
son para llorarlas mucho
dentro de mi corazón.
                                     
                                   José Medina Villalba.
 
 
 

2 comentarios:

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