martes, 29 de julio de 2014

¡ALBAYZÍN, MAGIA, LEYENDA, FANTASÍA! LA GAITA Y LA GUITARRA


El instrumento por excelencia de nuestra piel de toro, sin menoscabo de los demás, ha sido la guitarra española, por descontado que en Andalucía, esta tierra, como se suele decir de María Santísima, hablar de guitarra es cantar las excelencias de nuestra región a través de las cuerdas de un  bordón.
Pero no temáis, no voy a enaltecer  a nuestra guitarra ni a hacer un panegírico de la misma porque no es el caso.
Dos personajes venidos de allende del norte del globo terráqueo, uno muy conocido dentro del ámbito familiar, y otro recién entrado en nuestro linaje, han pasado en pocas horas del apacible tiempo londinense al riguroso calor de esta sartén de Andalucía.
                                                                                                Posada Fuente de Villa. Pechón                                                         
La recién llegada, de nombre Victoria, y familiarmente conocida por Vicky, ha venido a conocernos, a estos lares del sur, lejos de aquellos otros de praderas verdes, de pastos extensos que alimentan al excepcional ganado vacuno, cuyos productos lácteos son el orgullo de esta región Cántabra y donde Pechón, ocupa un lugar destacado como rincón de reposo y tranquilidad para los visitantes que por allí pasan sus días vacacionales; 
                                             Pechón, (Cantabria). Lugar de veraneo 
según tengo entendido algún político de nuestra ciudad se deja ver por esos lugares en época estivales.
Aquella tarde de julio, cuando el calor arreciaba de lo lindo y el bochorno de la canícula se cernía sobre nuestros cuerpos, sonó el portero electrónico de la casa de los abuelos, Antonio, mi nieto, y Vicky vinieron a hacernos una visita.
                                                    Exetel (Inglaterra)
Mi nieto, más inglés que español, y no digamos más que “granaino”, se ha pasado dos años por esas tierra de Exeter, y allí conocíó, no solo el idioma, sino lo que aquí no había hallado.
No quisiera restar méritos al impacto que nos ha causado a estos dos abuelos la llegada de Vicky.
Victoria, es una fémina elegante, de mirada penetrante, intentando en su primera observación descubrir las cualidades de su interlocutor; cutis albo, larga cabellera que se deja caer reposadamente sobre sus hombros, habla relajadamente, con el timbre de un castellano perfecto, sabiendo lo que dice, que escucha y responde acertadamente. La sonrisa está a flor de piel, de estatura normal en su estructura corporal, discreta y modesta al mismo tiempo, y su forma de ver la vida va en consonancia con nuestra forma de pensar.  
Aunque tenemos constancia de la visión que sobre estos abuelos tiene, por lo que Antonio sobradamente le ha manifestado, este primer encuentro sirvió para constatar un poco más.
Granada
En pocos días Vicky quiere llevarse almacenado lo que es Granada, sus gentes, costumbres, barrios, e incluso un elegante vestido para una fiesta familiar.
Las tardes del verano granadino, son eternas o por lo menos nos lo parece cuando el calor pegajoso del día, que nos hace sudar y sudar, no encuentra su final.
 El sol va declinando su intensidad, lánguidamente intenta marcharse, pero nos parece que lo hace tan lentamente que no va a terminar por desaparecer.
Granada es el rescoldo de un horno que se encendió por la mañana y que se encuentra incandescente.

                                                     Barrio del Albayzín
Irse de Granada sin conocer el barrio más popular sería impensable, imperdonable.
Son las ocho de la tarde, convertido en guía, vamos a dar un paseo por el Albayzín; son numerosas las rutas a seguir; escogemos una de ellas para que, en el espacio de unas horas, Vicky se pueda llevar una una impresión del barrio moro y el del Sacro Monte.
                                                     La Chancillería
Arrancamos desde Plaza Nueva y frente a la Chancillería de fachada renacentista, contemplamos su estructura y alguna anécdota sobre los caballeros cubiertos ante el rey.

                                           Atardecer en el Mirador de San Nicolás
Esta visita no podía ser una carga pesada de historia pero sí de anecdotarios y disfrute de lo que resulta al pasar por sus callejas estrechas, observar las balconadas repletas de geranios y claveles, contemplar la belleza de los atardeceres y exhalar el perfume embriagador que destilan los cármenes granadinos.
                                                     Grupo flamenco en Plaza Nueva
Plaza Nueva, esta tarde de julio, día  16 para ser más exactos, despedía fuego, un grupo flamenco compuesto por guitarrista, cantoras y "bailaor", estaban dando la bienvenida a nuestra gaitera cántabra, que extrañada contemplaba la escena, mientras este guía resaltaba la belleza del edificio del siglo XVI y contaba alguna anécdota curiosa sobre la terminación de la escalera principal.

                                               Los oidores celebrando un juicio
El señor del Salar, en una visita a la ciudad, después de asistir a todos sus monumentos decidió visitar la Audiencia, una vez en los corredores altos, vio que se estaba celebrando un juicio y como si fuera la cosa más natural del mundo penetró, D. Fernando Pérez del Pulgar señor del Salar, en la sala donde se estaba oficiando la vista pública de un proceso, sin descubrirse delante de los oidores que presidían el tribunal.
Todos se escandalizaron de semejante proceder. Los ugieres quedaron como petrificados ante tanta audacia y el presidente, ciego de cólera, viendo la serena actitud del caballero, le reprendió duramente ordenándole se descubriese.

                                         El señor del Salar, caballero cubierto ante el rey.
Éste, con tranquilidad manifestó su extrañeza por esta exigencia, invocando su privilegio de ser caballero cubierto ante el rey, y sin descubrirse salió sereno de la sala de la audiencia, demostrando con su calma que se creía muy superior a los representantes de la justicia.
En el interior los oidores suspendieron la vista. Deliberaron sobre la altanera actitud del Señor del Salar y le impusieron una multa, cuyo pago se le exigió aquella misma tarde.
                                                   El Rey de las Españas Felipe II.
Pero él, apoyándose en aquel acuerdo ante S. M., marchó precipitadamente  a Madrid, pidió en el acto audiencia ante el rey, y contándole el caso, que lo creía abuso de autoridad en la Chancillería, obtuvo del rey Felipe II la siguiente respuesta:
Eres caballero cubierto delante de mí, pero no lo eres, ni nadie lo será nunca, en presencia de la sacratísima justicia que representan en Granada mis oidores. Paga la multa que te han impuesto y sirva para concluir la escalera de aquel edificio.

                                     La escalera de la Chancillería costeada por el señor del Salar.
Nada replicó el Señor del Salar. Pagó la multa y cuando pasados algunos años volvió a Granada, fue a ver la escalera de la Chancillería a su costa terminada.
                                                    Iglesia de Santa Ana
La Iglesia de Santa, de fachada plateresca con su alminar de estilo mudéjar, nos daría paso para comentar sobre dos grandes personajes allí enterrados, el escultor José Risueño cuyo Cristo de los gitanos todas las Semanas Santas se pasea por delante de esta iglesia camino de la Abadía del Sacro Monte 

                                        Cristo del Consuelo, o de los gitanos, de José Risueño.
                                                           El negro, Juan Latino
y el negro y esclavo Juan Latino que, con sus capacidades intelectuales, logró llegar a ser catedrático de Gramática en la recién creada Universidad por el emperador Carlos V, ocupando altos cargos dentro de aquella sociedad casándose con una dama de alta alcurnia Dª María  de Mendoza y consiguiendo la libertad.

                                       La Carrera del Darro. Óleo de José Medina Villalba

                                                  Comienza de la Carrera del Darro
                                                                              Pilar del Toro, del escultor. Diego de Siloé
Contemplamos la escena del comienzo de una de las calles más visitadas, la Carrera del Darro y nos refrescamos las manos con la riquísima agua que mana por las fauces de un toro y de dos esculturas que portan sobre sus hombros sendos cántaros, el Pilar del Toro, cuya construcción se le debe a Diego de Siloé.

                                 Hospital de las Mujeres y Pilar de Santa Ana. (Desaparecidos, 1835)
Algún comentario sobre el Hospital de las Mujeres y el Pilar de Santa Ana que se encontraban delante de la iglesia y que desaparecieron ante una riada del Darro, en 1835.
                                              La Calle Elvira, donde habitan las manolas.
La Calle Elvira, nos espera, como arranque para comenzar a ascender por la gran colina del Albayzín, donde dice la canción:
Granada, calle Elvira.
Dónde habitan las manolas.
Allí vive quién yo quiero,
en quién pienso a todas horas.
Por ser mi querer primero.

                                                       Calle Caldelería 1960
                                                      Calle Caldelería 2014
Da la impresión que, por momentos, Marrakech se ha trasladado a Granada; la Caldelería donde en el pasado fue el centro de construcción de calderas y solamente se escuchaba el golpeteo sobre las chapas para construir manualmente los cubos y calderas, en la década de los años cincuenta y sesenta del pasado siglo. Los puestos de frutas y verduras salían a la calle para recibir a las amas de casa albaicineras y por cien pesetas (veinte duros) llenaban la cesta de todo tipo de viandas: pescado, carne, hortalizas, donde los pregones característicos eran el reclamo para las asiduas compradoras.
                                                  Una tetería en la Caldelería.
Hoy nos encontramos teterías, tenderetes de recuerdos morunos, pastelerías donde la miel, las almendras, los higos secos y pasas son la materia de una repostería venida de allende el Mediterráneo. Se puede oír algún que otro sonido de música moruno como reclamo para turistas y extranjeros.

Final de la Calle Caldelería
 Cuesta de San Gregorio Bético.
Los primeros vestigios del anochecer comienzan a asomarse por la Cuesta de San Gregorio, algunas farolas abren sus ojos dejando el destello tímido de su luz recién parida, para hacer brillar con más intensidad las piedras de una calzada escalonada; las terrazas animadas de los bares que se van sucediendo, concurridas por una clientela que entre tragos de cerveza fresquita y conversaciones animadas intentan mitigar el bochorno del horno en que hoy se ha convertido Granada.

                                                    Casa de Porras
La Casa de Porras con su fachada plateresca y el Carmen del Ciprés, nos han relegado a uno de estos primeros rincones típicos, donde el bullicio callejero ha desaparecido, y la Torre de la Vela desde la lejanía vestida con su gran atuendo rosa que le proporciona la luz eléctrica nos hace un guiño de amistad.
                                                    Carmen del Ciprés
¡Y cómo no! Para animar el paseo surge la leyenda del “Ciprés encantado” a la puerta de este magnífico carmen.
Aquel carmen tiene un tinte oriental característico. Minaretes y cenadores árabes, jardines con fuentes arrulladoras, y como árbol tradicional, había en el jardín, junto a la fuente central, un magnífico ciprés, que mereció más tarde el calificativo del encantado.


Estrella se llamaba la hija del dueño, de imaginación soñadora, y de voluntad apasionada. Las leyendas de los árabes le apasionaban hasta el delirio y las flores a su vez constituían todo su embeleso.

Se pasaba el día en el jardín con los recuerdos árabes y distrayéndose con sus encantos.

En cierta ocasión le sorprendió el penetrante trinar de un ruiseñor que parecía cantaba en la enramada de un huertecillo cercano. Le escuchó embelesada y deseando saber si por la noche repetía el ave sus hermosos acordes, aguardó a que sus padres se acostasen, y asomándose a uno de los ajimeces de su cuarto, esperó ver saciada su curiosidad.

Ésta quedó de momento satisfecha; pero su admiración no tuvo límites, cuando de entre  el tronco del vetusto ciprés vio salir un joven y gallardo moro que, dirigiéndose a ella, le hizo comprender ser el ave que cantaba para deleitarla. 
La saludó como el astro venturoso de su vida, le exigió un ramo de jazmines como recuerdo de aquella novelesca aventura, y le prometió volver a la siguiente noche siendo el canto del ruiseñor el dulce anuncio de su llegada.
Los encuentros se sucedieron día a día. Estrella estaba meditabunda y apenada. La palidez de su rostro y sus continuas distracciones, revelaban bien a las claras los sufrimientos de su alma.

 Si al principio los encuentros eran a través del ajimez, y a distancia, ahora eran al pie del ciprés, y el amor iba echando tales raíces en el corazón de la joven, que la separación del objeto amado hubiera sido su sentencia de muerte.
Los padres de la joven desearon averiguar la verdad de los misterios que la rodeaban. Su hermano Pedro, a quién chocaba lo del canto del ruiseñor, espió a su hermana, sorprendió el encuentro y una noche en el momento que gozosos se entregaban a sus dulces coloquios, de un certero tiro de ballesta hizo caer en tierra al atrevido Ben Said, -nombre del moro-.
Como por encanto desapareció éste de la escena, aunque herido. Estrella, desmayada fue retirada a sus habitaciones. Pedro aguardó al día siguiente; el rastro de sangre junto al ciprés le guió, lo turbio de las aguas de la fuente fue luz que le iluminó en aquel caso difícil, e introduciendo la espada en las juntas de las losas del gran surtidor que había en el fondo del jardín, dejó al descubierto un camino subterráneo, por el que espada en mano y con criados que llevaban antorchas encendidas, penetró en una habitación lujosamente amueblada, donde Ben Said espiraba asistido por un médico árabe.
Recogió su último suspiro. Escuchó el nombre de Estrella como la última palabra del moribundo y triste, a pesar de su natural despreocupación, volvió a su casa donde su hermana, al saber la fatal nueva, perdió la razón. 
Su locura era tranquila. Continuamente vivía al lado del ciprés, desde entonces llamado el encantado, y solo le distraía el alegre canto del ruiseñor en la enramada.
Exhalando el perfume embriagador que se derrama por los tapiales del carmen continuamos nuestro paseo hacia el Mirador de Carvajales, no sin antes pasar por la recoleta placeta de Santa Inés Alta donde nos vino el recuerdo de un personaje que nació y pasó parte de su juventud en estos lares y que actualmente es un periodista que bucea en el seno de la familia real, me refiero al conocido Jaime Peñafiel.
Pequeños corrillos de gentes, que cuchicheaban, se distribuían a través de la Placeta de Carvajales, cuya fuente alargada atraviesa como una espada el corazón de la misma; en medio penumbra hacía resaltar con más belleza el decorado de fondo, la sultana Alhambra, que relucía como un asca de fuego recién encendida. 


                                                  Placeta de Carvajales
Esta placeta podríamos decir que es un milagro, porque dijo Dios: ¡Esta joya es para mi Albayzín y aquí la plantó!

                                              Camino de la Mezquita de los Ermitaños
Entramos en el pasaje de lo que fue la Mezquita de los Ermitaños, al fondo el viejo alminar musulmán del siglo VIII se le añadió un cuerpo de campanas en el siglo XVI construido con piedras de la Malahá, y al pie el viejo aljibe para las abluciones obligadas antes de entrar a las oraciones diarias.


La placeta está enormemente iluminada, era una luz anaranjada que hacía resaltar con más intensidad la esbeltez del minarete que se yergue todo radiante ante la contemplación de este trío. El silencio era la tónica que se palpaba en el ambiente de esta noche calurosa, y un trago de agua refrescaba la resecación de la garganta. Faltaba la voz del muezzín lanzar a los cuatro vientos la llamada a los habitantes del barrio para hacer la última oración del día, pero la imaginación, a veces, es tan potente que bastaba, en nuestro pensamiento verlo hecho realidad.


Desde los balcones de aquella vivienda, hace bastantes años, pudimos contemplar la sombra de un Cristo de Mora, en una madrugada del Viernes Santo, pasearse por delante de la encalada fachada del arquitecto y pintor Gómez Moreno, antes de que apareciera la yaciente figura, mientras el son ronco de un herido tambor, enerva el vello de una muchedumbre que expectante contempla la escena.
¡Cuántos recuerdos! Del sonido metálico de aquellos badajos que resonaban en mis oídos todas las mañanas al amanecer, cuando mi primer nido amoroso se encontraba en el carmen próximo a menos de cinco metros de distancia.
La noche va avanzando y nuestro caminar reposado continúa por la empinada calle de San José, hasta alcanzar el mirador del Carril de la Lona, si la contemplación de la ciudad desde este punto, durante el día, tiene su encanto, no lo es menos a estas horas nocturnas.
                                                 La ciudad desde el Mirador de la Lona
Un enorme bullicio de luminarias se expanden a nuestros pies, resaltando erguidas entre la neblina de la oscuridad nocturna las torres iluminadas de algunas iglesias, San Rafael y su hospital, donde mi nieta María derrocha todas sus energías, como enfermera, día tras día; casi a nuestros pies aparece la airosa silueta mudéjar de la torre de San Andrés, acompañada muy de cerca por la inmensa mole de la Puerta de Elvira coronada de almenas defensivas y destacando su color rojizo. Al fondo la Vega de Granada, que a pesar de estar tan maltratada, todavía desprende un poco de aquel sabor que tuviera en sus mejores años, cuando era despensa de Granada y una huerta muy famosa por ser la más feraz de España; en ella se sentía todas las noches  el gemir de la Campana de la Vela dando sus toques para ordenar los riegos de la Acequia Gorda.
                                                         En el Mirador del Zenete
Una especie de monstruo, asoma por la quebrada encrucijada de una calleja estrecha, es el último paseo del tren turístico que se despide mientras atónitos contemplamos como sus tres enormes vagones, sin rozar ninguna esquina, ni pared, magistralmente pasa por delante de nuestras miradas estupefactas.
                                                  Plaza de San Miguel Bajo
El Albayzín, entre otras muchas connotaciones se caracteriza por sus cármenes, sus callejas estrechas, sus casas solariegas, sus placetitas recoletas, y raramente por plazas de grandes dimensiones, sin embargo vamos a desembocar en una gran plaza, la de San Miguel Bajo, repleta de gentes cómodamente sentadas en las puertas de sus diversos bares, recreando el paladar con las frituras de pescado, las berenjenas con miel, la tortilla española, refrescado todo con una buena sangría o cerveza, ante una enorme iglesia que, como todas las que iremos contemplando en esta visita nocturna, fueron mezquitas y sus minaretes convertidos en torres con sus cuerpos de campanas.

                                                            La Cruz de San Miguel Bajo
Los sones de una guitarra acompañados por el canto de un músico, que pretende adquirir algún beneplácito monetario de la concurrencia, irrumpe en escena delante de un Cristo de piedra, el de las Azucenas, iluminado por cuatro enormes faroles haciendo juego en cada una de sus cuatro esquinas.
                                              La Casa de la Lona, casa de vecinos.
Hoy día, cerrada la llamada Casa de la Lona, fue en el siglo XVI fábrica de velámenes para los barcos e incluso se dice que aquí se construyeron las velas de los barcos de la llamada “Armada Invencible”, aquella que capitaneada por el duque de Medina Sidonia fue derrotada por el pirata Drake en aguas inglesas. La desolación de Felipe II cuando al enterarse de la triste noticia exclamó: “yo no mandé mis barcos a luchar contra los elementos”.
Durante muchos años la Casa de la Lona fue referente granadino de hacinamiento humano, la miseria de las familias más modestas y la humilde resignación de sus habitantes que tenían que compartir, desde las letrinas a las pilas de lavar.
                                                   Codillos de jamón de la "Sustanciaora"

Una pincelada de esta situación mísera ocurría con frecuencia en esta viejo caserón; había una mujer a la que llamaban la “Sustanciaora”, esta mujer llegaba todas las mañanas a primeras horas cargada con un cesto de palma y dentro del mismo tres blancas talegas de lienzo, conteniendo cada una un gran codillo de jamón. Se situaba en medio del patio y con una entonación especial pregonaba: ¡Niñas, quién va a poner puchero, que hoy traigo los codillos recién cortaos! Entonces salían las vecinas que tenían puesto el puchero, y por treinta céntimos de peseta, se daban la satisfacción de introducir aquel codillo en su olla y tenerlo hirviendo durante media hora, después volvía a ser recogido por la Sustanciaora, que seguía visitando las nuevas clientas a fin de llevarles la sustancia del jamón por tan solo treinta céntimos. Tiempos pasados de una mala época, que solamente han quedado en un mal recuerdo.
                                                  Callejón del Gallo
Nos deslizamos por el Callejón del Gallo, estrecho, oscuro y de un silencio que por momentos impresiona.
Antes que surgiera en el Mauror la Alhambra, la Alcazaba Cadima (al-Qasba Qadima o Fortaleza Vieja) fue el núcleo originario de la Granada musulmana, tras su refundación por Zawi ben Ziri, alrededor del año 1010. En ella se encontraba el palacio de los reyes Ziries.
                                               Murallas de la Alcazaba Cadima
Había una torre que se llamaba la “Torre del Gallo” y en lo alto una veleta con un jinete, se decía que cuando la veleta giraba, movida por el viento, indicaba el lugar por donde entraría el enemigo.
                                                      Palacio de Dar al-Horra
Solamente se escucha el rastreo de nuestro calzado sobre un entramado de revueltas serpenteantes mientras pasamos por delante del palacio de Dar al-Horra, es un palacio nazarí su nombre árabe viene a significar Casa de la Señora. En este palacio, habitó en su momento Aixa, reina y madre de Boabdil. En ella vivió posteriormente el rey con Isabel de Solís, (fue previamente una esclava que cautivó al rey) convirtiéndola en su segunda esposa con el nombre de Zoraya.

                                      Boabdil entregando a los Reyes Católicos las llaves de Granada
Próximo a este lugar en el Palacio de la Tiña fue nombrado rey de Granada Boabdil derrocando a su padre Muley Hacén.
Pasamos por el Callejón de las Monjas a espaldas del Convento de Santa Isabel la Real, el silencio que se respira, lo lúgubre del lugar y la leyenda que a continuación este guía va a contar enerva el espíritu y acrecienta el miedo.
                                                   El Arco de las Monjas
El rumor suave del agua se percibe allí, (recuerdo de este guía cuando visitó por primera vez aquel arco en una noche estrellada de hace más de sesenta años) y el hálito de las hiedras húmedas, el roce de la hojarasca y el susurro del aire, claramente audible en la silenciosa soledad del sitio, hacen revivir en la mente la trágica leyenda del Arco de las Monjas, donde según las antiguas tradiciones granadinas, una mañana del año 1705 aparecieron ahorcados los cadáveres de varios conspiradores, apresados en una enorme encerrona cuando laboraban secretamente en favor de la Casa de Austria, en los días de la Guerra de Sucesión a la muerte de Carlos II.
Pero no necesita el Callejón de las Monjas el adobo de la leyenda de los ahorcados para ser el más lúgubre lugar del barrio y aún de toda la ciudad, lo es por su aspecto y ambiente, y tiene por si no fuera bastante otra tragedia, anterior en el marco de sus paredones. Un suceso macabro, espantoso, de recuerdo estremecedor, ocurrido en el año 1615.
                               Las tapias del convento de Santa Isabel la Real por donde se fugó la monja
Los tapiales del Convento de Santa Isabel la Real circundan por aquellos lugares. Una de las monjas de aquel convento, por las noches y a escondidas, se veía con un caballero con el que sostenía relaciones amorosas. Él desde su caballo y tocando la mandolina le recitaba requiebros y romances plagados de poesía apasionada. De mutuo acuerdo, una noche, después de descolgarse por los tapiales del huerto del convento, a la grupa del jamelgo emprendieron la huida.

                                                  La monja enamorada 
Habiéndose dado cuenta por parte de la abadesa al arzobispo de la ciudad fueron buscados ambos hasta que se dio con su paradero. Llevados al Tribunal de la Inquisición se le condenó a él a morir ahorcado en el patíbulo de Plaza Nueva. Ella fue emparedada en una habitación del convento.
En el pasado siglo XX en unos trabajos realizados en el citado recinto dirigidos por el arquitecto de la Alhambra y después de derribar unos tabiques se descubrió una momia…
                                          Huerto del Carlos lugar de primitivas civilizaciones
Nuestro paseo continúa mientras llegamos al Huerto del Carlos, una breve parada para respirar el aire de esta noche calurosa, beber agua y recordar los yacimientos arqueológicos de estos lugares donde se han descubierto restos de civilizaciones ibérica, visigoda y romana.

                                                Carmen del Aljibe del Rey

                                                   Aljibe del Rey
El Aljibe del Rey, el Centro de Documentación del Agua, se nos quedan a la izquierda mientras la longitudinal tapia del Carmen de los Rodríguez Acosta, nos da una mera idea de la grandiosidad de uno de los diversos cármenes albaicineros.
                                                          Ermita de San Cecilio.


                                                 Los toques del piano de García Carrillo...
La Ermita de San Cecilio, en la antigua puerta de Bib Albonud, me traen el recuerdo de aquellas noches de mi juventud cuando escuchaba, a través de la reja del jardín del pianista García Carrillo, los toques de un piano interpretando, en medio del silencio, “Noches en los jardines de España”, de Manuel de Falla. ¡Cuántos recuerdos! de este embrujado Albayzín.


                                                                 Mirador de San Nicolás
                                                      En el Mirador de San Nicolás.
Ante nosotros y en medio de una oscuridad donde apenas se pueden distinguir la diversidad de siluetas de los visitantes, unos en corrillos, otros aisladamente, otros sentados en el borde que delimita el ansiado, deseado, y multitudinariamente visitado “Mirador de San Nicolás”, contemplamos extasiados el fulgor resplandeciente que como ascua de fuego brilla toda orgullosa, arrogante y vanidosa la sultana Alhambra.
                                             Mirador de San Nicolás, al fondo Sierra Nevada
La tenemos tan cerca que si alargásemos la mano, una mano mágica, podríamos tocarla delicadamente,  comenzando por la Torre de la Vela, pasando después por la Alcazaba, las Torres del Homenaje y Quebrada, el Cubo, los jardines del Mexuar, la enorme Torre de Comares, donde se encuentra el Salón del Trono, el Peinador de la Reina, La Torre de las Damas, los jardines del Partal, para  perdernos por la residencia de verano de los reyes moros, El Generalife.

                                    La luna vigila los secretos amorosos entre la Alhambra y Sierra Nevada.
En estos momentos hay un sigilo misterioso entre  la éxtasis de contemplación de un cuadro fascinante por parte de todos e incluso de este guía que tiene grabado en su subconsciente este escenario desde su juventud.
La media noche se va acercando y hay que emprender la marcha pues el recorrido aún es largo.
                                            Jardines de la mezquita árabe en San Nicolás


                                                         La mezquita, en San Nicolás
La mezquita llama a la última oración del día a sus incondicionales seguidores, pero la hora no nos permite entrar a contemplar sus jardines y estancias, por lo que continuamos por Espaldas de San Nicolás, bajamos por una escalinata y dejamos nuestra vista deslizarse por la reja de algún carmen;


                                                      Iglesia del Salvador


                                             Patio de la Mezquita Mayor, en la Iglesia del Salvador


                                                Arriba la Ermita de San Miguel
 contemplamos la gran mole de la Mezquita Mayor, hoy Iglesia del Salvador, en la lejanía unas lucecitas allá en lo alto son el reclamo de la Ermita de San Miguel, donde este “lazarillo”, conoció a la que durante cincuenta y ocho años es su compañera.

                                       Vicky contempla una de las balconadas repletas de flores
                                                   Caminando por las callejas del Albayzín
Las balconadas de las casas albaicineras repletas de geranios con diversidad de colores sobre tiestos de cerámica, fabricados en los talleres de Fajalauza con el esmalte azul y motivos florales, heredado de la época musulmana, ponen una nota de color en la noche.
                                                      Placeta de Abad
   Aljibe de la Placeta de Abad, con su fuente
                         Restos de la muralla en la Puerta de las Banderas o de Bibad Bonud con el convento de las Tomasas
Desembocamos en la puerta de Bibad Bonut o de las banderas junto al convento de las Tomasas, nuestras manos se refrescan con el agua de la fuente mientras la Plaza del Abad con su leyenda nos espera.
En 1642, en la placeta que aún se llama del Abad, o del Prior, en una casa hoy muy ruinosa, pero que aún conserva su tinte antiguo vivía el reverendo D. Pedro Núnez prior de la iglesia colegiata del Salvador, edificio adosado a la casa que nos recuerda esta tradición.
                                                D. Pedro el Abad de la Colegiata del Salvador
Una hermana de D. Pedro y su hija María, vivían con él y eran por todo el barrio queridas y respetadas; la naturaleza no había dotado a la muchacha de encantos; sin embargo era enamorada cual ninguna, y deseaba presurosa cambiar su modesta posición como sobrina del abad, por la esposa del honrado barbero Ramón Pérez, que vivía bien cerca de este lugar.
                                                         El barbero y María
Era cierto que la había galanteado durante cierto tiempo pero más tarde, aquella pasión se fue desvaneciendo y pasaban las semanas sin que la pobre María viese a su pobre galán.
¿Qué ocurría para este cambio tan repentino?
La imaginación mujeril no podía estar tranquila hasta averiguarlo, y así lo consiguió; pero fue triste su desengaño. Una joven de posición modesta, pero hermosísima, había logrado cautivar al atrevido barbero. Y a cambio de perder la desahogada posición que le aguardaba, casándose con María, la olvidó por completo y decidió ser esposo de la bella Mercedes, su segundo amor.
                                                   

                                                                                                        Sortilegios de la vieja gitana.
Entonces la desdeñada doncella ocultó sus pesares a su madre y a su tío; se fue derecha a consultar a una vieja gitana, que con sus sortilegios y malas artes, le prometió volvería al redil la oveja descarriada. Mas nada logró para calmar sus desventuras. El enamorado mancebo siguió cada vez más firme en su nueva pasión, y en connivencia con su amada, cogieron a la gitana y en la placeta misma del Abad, frente a la casa de María, hicieron con la pobre vieja mil herejías, que dieron por resultado el escándalo mayor presenciado nunca por los vecinos del Albaicín.

                                                          Mercedes y el barbero Ramón Pérez
Entonces supo el abad toda la historia de los desdeñados amores de su sobrina. Como hombre de talento quiso cortar de raíz tamaños males, casando de balde al barbero y a su adorada Mercedes, en cuanto a María, convencida de su desgracia, y no pudiendo abrigar esperanza de otros felices amores, entró de religiosa en el Convento de las Tomasas llorando allí sus pasadas desgracias.



                                                                                         Convento de las Tomasas
Aún se recuerda por aquellos vecinos esta leyenda tradicional, que ha dado nombre y recuerdo histórico popular a la Placeta del Abad.
                                                         Placeta del Salvador
Placeta del Salvador, estoy viendo la casa donde nació y vivió el poeta de Granada y del Albaicín el que supo llevar por allende los mares la belleza de nuestra ciudad y del barrio albaicinero, Manuel Benítez Carrasco. Dejó plantada una de sus poesías dedicada a la Placeta del Salvador, en recuerdo de sus años de infancia.

Placeta del Salvador
tres acacias en el aire
y mi madre en el balcón.
La torre con ser tan alta,
no lo era más que mi voz,
ni eran sus campanas tan…
tan campanas como yo.
A pájaros y veletas
siempre ganó mi canción;
y sobre todas las cosas,
la felicidad mayor:
sin darle importancia apenas,
Dios vivo en mi corazón.

Placeta de todo el mundo,
placeta del Salvador;
tres acacias en el aire
y mi madre en el balcón.

Hoy sí que la torre es
mucho más alta que yo;
hoy sí que son sus campanas
más campanas que mi voz.
A pájaros y veletas
ya no gana mi canción.

Y sobre todas las cosas
esta tristeza mayor:
ir ganando ciencia a costa
de olvidar el corazón.

Placeta triste del mundo,
placeta del Salvador.
Ya no están tus tres acacias
ni mi madre en el balcón.

¡Qué no daría, placeta,
por ser el niño que fui!
¡Ay, qué buen cuidado para
no perder lo que perdí!


Estarme a solas contigo
y la lluvia entre los dos;
que no nos viera la luna,
que sí nos besara el sol.


Y yo crecer hacia abajo,
embeber bajo la lluvia
y caminar a mi nana
en vez de a mi sepultura.

Y poderme morir no
de grande, sino de chico;
no de haber crecido tanto,
sino de no haber crecido.
A los niños no les llega
la vida más que a los pies;
luego, cuando van creciendo,
les va llegando a la sien.


Por eso, que no daría
por ser el niño que fui.
¡Ay, que buen cuidado para
no separarme de ti!

No saber tanto de tanto,
jugar contigo y tener
la voz, la vida y la muerte
todavía por los pies!

Era invierno y era enero
y estaba el balcón cerrado;
cerrado estaba el balcón,
pero lo abrieron los Magos.

Esta noche tengo abierto
de par en par el balcón,
pero los Magos no llegan.
Cierra y llora corazón.
Muchas cosas se me han muerto,
pero esperándoos, Melchor,
aún tengo un balcón abierto
dentro de mi corazón.

Gaspar, no paséis de largo;
que esperando una ilusión
tengo un rincón, casi amargo,
dentro de mi corazón.

Baltazar, no tengáis prisa;
que, esperando vuestro don,
aún se me duerme una risa
dentro de mi corazón.

Y tú, lucero viajero,
pura flor de parabienes,
Rafaelillo compañero
de Magos y de Belenes,
por todo lo que más quieras
te lo pido:
ponme algunas primaveras
de las que ya se me han ido.

O Mejor:
ponme diez años en una
placeta del Salvador,
y tres acacias en flor,
un balcón a la placeta
y a mi madre en el balcón.
A veces, este guía en el declive de la vida, sueña a ser niño, sobre todo al niño que se perdió por el Albayzín recorriendo sus callejas y perdiéndose por sus cármenes y vericuetos.
                                                        Aljibe del Salvador
Bordeamos la Mezquita Mayor con sus tres aljibes que la rodean: el de la Plaza de Abad, el del Salvador y el de Polo en la Calle Panaderos, más el que hay en el patio de la mezquita.
                                                               Calle Panaderos
Calle Panaderos, donde se cuece a diario en sus hornos el pan que se reparte por la ciudad, las célebres “hallullas” para desembocar en Plaza Larga; hay que hacer un receso y tomar algún aperitivo para continuar nuestro largo recorrido.


                                                      Mercadillo de verduras y frutas en Plaza Larga

Esta plaza centro comercial donde se monta a diario un mercadillo de frutas, verduras, flores, tenderetes de ropa…, fue en otros tiempos morunos el gran zoco, donde el saltimbanqui lanzaba fuego por sus fauces, el recitador del Corán proclamaba una de las 114 suras de que se compone el libro sagrado de los musulmanes, el encantador de serpientes, a los sones del pungi, hacía levantar la cobra saliendo del cesto y zigzagueante seguía el ritmo de la música; el perfume de las especies traídas de oriente, trasminaba los sentidos, el olor fehaciente a cordero asado se engullía por la clientela en escudillas mal higienizadas, el barbero rasuraba a sus clientela…, en una palabra una diminuta plaza de Jemaa El Fna de Marraket.

                                                          El Arco de las Pesas
El Arco de las Pesas correspondiente a una de las puertas de entrada a la Alcazaba Cadima, (Bib Cieda, Puerta Nueva o Puerta de las Pesas) donde aún existen restos de aquellas pesas que eran sancionadas cuando se cometía infracción en el peso, colgándolas en la parte alta del arco, para escarmiento de los infractores.
                                       En el interior del Arco de las Pesas se puede observar la hornacina.
A la entrada hay una hornacina con la imagen de una Virgen y sobre ésta la siguiente leyenda:
Por el umbral del Arco de las Pesas vemos pasar, en los momentos de dar el toque de ánimas, en una noche oscura y tenebrosa, a un esbozado cubriéndose con la capa española para disimular las vestiduras de la raza morisca.
Con la contraseña de un silbido se abre la puerta de una casita y ya dentro un anciano de lengua barba y rica  indumentaria se extraña de verle llegar solo.
Aquel criado dirigiéndose a su amo:
-Señor, la vida diera por haber satisfecho vuestro deseo, sé que Zaida, vuestra hija muere y yo vil esclavo de ella, ¡no he podido conseguir que en su auxilio vengan!
Palidece el anciano, un estridente alarido seguido de los primeros quejidos se oyen desde el fondo de la vivienda.
Por una puerta trasera el anciano desaparece.
Nadie podía sospechar la riqueza que había en aquella casucha y en la alcoba desde donde salían aquellos lastimeros sollozos; el dormitorio de amplias dimensiones, donde la suntuosidad de cortinajes y tapicerías, hacían pareja con la gran cantidad de cojines de finísimo bordados y en el que las preciosas ánforas, pebeteros, lámparas, mesitas, taburetes y otros muebles exornados con incrustaciones de oro y maderas preciosas, demostraba la alcurnia y delicadeza de sus poseedores.
Las tapicerías, en distintos huecos, dejaban ver sobre las paredes afiligranados estucos, con diversas leyendas coránicas con adornos de cordones de seda y oro.
En el lecho, una mujer joven y de fascinadora belleza, yace como moribunda, siendo el único anuncio de su vida, algunos estremecimientos y contracciones que demuestran el profundo dolor  que padece.
El anciano cubierto por una capa, ajustándose al cinto una larga espada y seguido del criado, se precipitan por las callejas del barrio; un silencio de sepulcro invade el espacio interrumpido por los pasos de los soldados que hacen la última ronda y que desaparecen por los callejones inmediatos.
                                                        La última ronda
La silueta de tres figuras se desliza por el arco y a poco las vemos entrar en la casa. Dentro de la vivienda en anciano mahometano arrodillado ante la joven que pudimos saber era su hija, ella completamente transformada en su aspecto, responde mimosa a las caricias que recibe.



Otra mujer, de tipo absolutamente distinto y ataviada con el típico vestido castellano de la época, tiene en sus faldas al recién nacido que llora y patalea, queriendo desprenderse de los apretujamientos que los arreglos le ocasionan.
Terminada la tarea, y entregado el hijo a su madre, demuestra su intensión de partir. El anciano, en cuya faz se descubre ahora una intensa alegría, le dice:
-Ana María, habéis salvado a mi hija, y con ello no solo salvasteis un ser sino que restituís a una tribu su ídolo de amor y de esperanzas; pedid lo que queráis, en la seguridad, de que aún cuando siempre agradecido, vuestra ambición se verá siempre colmada.

-Buen anciano, le contesta la castellana, bien sabéis que fuerzas superiores a mi voluntad influyeron para que viniese, en auxilio de vuestra hija en este difícil trance,   todo responde a deberes que nuestro Dios nos inculca y a la inspiración que me sugirió su Santa Madre… Nada quiero, nada necesito, tener por seguro que quien esta noche salvó a Zaida, fue Nuestra Señora del Buen Parto. Sin añadir otra razón se despidió y marchó.
Anonadado quedó nuestro Cadí de la actitud de Ana María y de la profunda fe que había observado en ella.
                                        El Cadí del Albayzín cambió su comportamiento con sus súbditos
A partir del día siguiente notaron los moriscos del Albayzín el profundo cambio que había adoptado su gobernador en el trato y comportamiento con respecto a la administración de gobierno que poseía.
A tal punto llegó esta actitud que solicitó ser sustituido y cuando lo consiguió, relegose por entero a una vida de meditación.
Nada se sabe del paradero de este juez moro y de su hija, a la que se le supone esposa de un príncipe de su raza, ausente en este duro trance.
                                                  Nuestra Señora del Buen Parto
Coincidió la desaparición de los dos, de aquella casita, con la colocación en un lateral del Arco de la Pesas en una hornacina una pintura con la imagen de Nuestra Señora del Buen Parto.
¿No representaría esto la conversión a una fe y el tributo de un noble padre, por lo que pensara tuviera de milagrosa la salvación de su hija adorada?
Así tendremos que aceptarlo, de conceder veracidad a la curiosa tradición.


                                                         En el Arco de las Pesas
Son las doce de la noche, es media noche, alguna sorpresa nos espera sentados en una de las mesas que ocupan la plaza correspondientes al Bar Aixa para descansar y al mismo tiempo tomar algún refrigerio,









                                              Smaino nos deleita con su toque de guitarra  
Smaino un francés que ha venido a penetrar en los secretos de la guitarra flamenca, junto a uno de los gitanos, nos improvisaron un breve concierto donde los rasgueos de una guitarra acompañarían al "cante jondo" de un gitano y las palmas de nuestra gaitera mayor darían rienda suelta a la emoción contenida ante tanta sorpresa.
                                               Calle del Agua. Óleo de José Medina Villalba
Seguimos, después de este breve descanso, por la Calle del Agua, donde Benítez Carrasco nos dejaría aquellos versos:

                                                           Calle del Agua
Y por la Calle del Agua
yo la veía pasar
tan bonita y tan soltera,
guapa hasta no poder más.

Hoy, por la Calle del Agua,
he vuelto a verla pasar
bonita, pero casada.

Casada, pero bonita .
Ser madre da la belleza
que el no ser ya novia quita.

Pero lo que yo daría,
callecita albayzinera,
por verla otra vez pasar
bonita, pero soltera.
                                                Balconada de macetas en la Calle del Agua
Algún grupo de turistas nos preceden mientras nos detenemos en un rincón de la calle para tomar alguna foto debajo de una balconada repleta de macetas.



La Casa de los Mascarones, donde el poeta y canónigo de la Colegiata del Salvador, don Pedro Soto de Rojas, elogiado por Cervantes y Lope de Vega, gran amigo de Góngora y Quevedo, construyó uno de los cármenes más bonitos del Albayzín con jardines, glorietas, surtidores de fuentecillas, estatuas, sobre las ruinas de unas casas moriscas; él mismo daría la definición más exacta de lo que es un carmen: “jardín cerrado para muchos, paraíso abierto para pocos”. 


                                                   Aquí tuvo su taller el escultor José de Mora
Aquí el escultor José de Mora tallaría la imagen del Cristo de la Misericordia, aquel que rememoramos al pasar por la Iglesia de San José dejando su figura clavada con su sombra a las tres de la madrugada un Viernes Santo sobre la fachada de la casa del arquitecto Manuel Gómez Moreno.
                                                     Terraza del Carmen del Amor Perdido
 Entramos en la terraza del Carmen del Amor Perdido, (en una pequeña alberca que aquí había, este guía aprendió a nadar, cuando era un niño) mientras saboreamos unos refrescos y unas tapas de queso, se hacía y era obligado descubrir los misterios que encierra el carmen y si realmente nos era imposible entrar en alguno, este guía invita a nuestra gaitera Vicky a cerrar los ojos y seguir mentalmente su descripción.
                                                   Carmen de las Tres Estrellas
El carmen albaicinero es, desde el más humilde hasta el más grandioso, aquella vivienda por la que se suele penetrar a su interior a través de un cancel fabricado artesanalmente por los artífices albaicineros, que en la fragua y a golpes de martillo labraban con ricos adornos.
                                                    El cancel de entrada a un carmen
El zaguán, posee una alfombra que cubre la entrada; alfombra hecha con el empedrado típico granadino sobre un elegante dibujo alusivo a motivos heráldicos, florales…: es el medio para pasar al interior a través de un portón de madera ricamente tallado.
 A veces, nos encontramos esta situación al revés, el portón de madera primero y el cancel de hierro forjado después; lo cierto es que el paraíso que allí se encierra queda vedado al exterior. Pero nosotros guiados por mis palabras vamos imaginativamente a penetrar en el interior.

                                             Los balcones repletos de flores se echan piropos
Las fachadas de las viviendas, en general, compuestas de bajo y primera planta, se encuentran encaladas y sus balcones ricamente engalanados con macetas esmaltadas, siguiendo la tradición árabe, en los hornos de Fajalauza, que se ven repletas de geranios y claveles reventones.
Debido a la proximidad de las fachadas en las callejas estrechas que caracterizan el barrio, estos claveles son como piropos que unas casas se dirigen a las de enfrente en un rendido homenaje de enamorados.
                                               Patio de la casa de un carmen albaicinero
Imaginativamente, corremos el cancel pasamos el zaguán y de pronto nos encontramos en medio de un patio, normalmente cuadrangular, también empedrado al estilo ya indicado, delimitado en todo su cuadrilátero por una serie de columnas, unas veces de madera otras de mármol o de piedra de Sierra Elvira, que sostienen la primera planta.
El frescor se respira nada más penetrar en el interior, sobre todo los días calurosos del estío.
                                                Patio y escalera para subir al corredor de la planta superior.
Numerosas macetas de pilistras, planta de hojas grandes y alargadas, se refrescan y refrescan al visitante al verse salpicadas por el agua de un surtidor que situado en el centro del patio y constituido por una fuente con forma de concha de mármol blanco, deja caer el agua lánguida y sensualmente  sobre la base de su pila.
Si la vista se recrea y extasía en la contemplación de lo que allí se percibe, no menos es el olfato que se embriaga por el olor de otras diversas plantas que cuelgan en ricos soportes de las paredes del patio. Todo es silencio y armonía.
Dejamos pasar nuestra mirada por el entorno y el lugar se va complementando con una serie de objetos que van a embellecer más la estancia: algún cartel de toros o de Semana Santa, o del anuncio de las fiestas del Corpus Christi, algún mantón de Manila, algún gran abanico con motivos costumbristas, algún elemento de labranza…


Nada perturba aquel romántico ambiente; solamente el crepitar del agua de la fuentecilla que al romper sus gotas en la caída sobre el níveo mármol, junto con el gorjeo orquestal del canario que cuelga sobre el patio desde una de las vigas del artesonado del pasillo de la planta superior, hacen que el silencio que allí se percibe sea aún más encantador.
Poco mobiliario, a lo sumo y como pieza imprescindible, una mecedora tapizada con tela alpujarreña será el mobiliario imprescindible donde el albayzinero, habitante de esta morada, pueda cumplir con el rito indispensable de la siesta, que siempre se hace más apacible por todos los aditamentos que en este ambiente se aúnan.


El agua fresca de un pipo de La Rambla, será la que a nuestro inquilino le desperezará de la morriña que le ha acompañado en su plácida siesta.
En alguno de estos patios existen aljibes que contienen agua venida de la Fuente de Aynadamar –Fuente de Las Lágrimas- en el pueblo de Alfacar.
Algunas habitaciones o salas bajas, donde el albayzinero suele hacer vida durante los veranos calurosos de Granada, complementan el lugar.



                                                             Galería y artesonado mudéjar
El primer piso, normalmente único piso, está rodeado de una galería con artesonado de madera, con alguna zapata renacentista, con balaustrada de madera, y con habitaciones muchas de las cuales conservan ricos artesonados mudéjares.




Bajamos, atravesamos el patio y a través de un cancel salimos al huerto-jardín, donde las plantas trepadoras, la hierba buena, los rosales, los galanes de noche, los geranios, la madreselva, junto con los bojes en perfecta alineación formando pasillos estrechos dirigen nuestros pasos a glorietas,


 fuentecillas cantarinas, o bancos para reposar, meditar, o recrearse en el entorno que nos rodea, teniendo siempre este escenario como fondo a la gran sultana Alhambra.



Pasear por las noches del verano a altas horas de la madrugada por las callejas del Albayzín, cuando solo el silencio se ve quebrado por el chirriar de un grillo, o por los toques, al alba, de la campana de la Torre de la Vela, o por el tintineo de algún convento que llama a la oración a las monjas de clausura, es todo un deleite.
Acompañados por la luminosidad de una luna llena, exhalando el perfume embriagador que se percibe a través de la encalada tapia que rodea el carmen, como si fuera el estuche envolvente de este sagrado cofre, en nuestro caminar nocturno vamos sintiendo sensaciones difícilmente de trasmitir con el lenguaje escrito.
                                                                El guía albaicinero narra detalladamente lo que es un carmen.
           Nuestra gaitera mayor ha abierto sus ojos y ha salido del carmen para proseguir la marcha. Cruzamos la Plaza de las Castillas, lugar donde tiempos atrás se fabricaban los mejores faroles de corte granadino, para dirigirnos por la estrecha calle al Aljibe de la Vieja.
                                                   Caminando hacia el Aljibe de la Vieja
 Mientras observamos en un rincón de una pequeña placita, medio a oscuras, el brocal que da acceso a dicho depósito de agua, nos disponemos a contar la leyenda del Aljibe de la Vieja.
                                                          Aljibe de la Vieja
Heredera de sus antepasados tenía en el Albayzín, la mujer del más famoso alguacil de Granada, una modesta casa con un huerto que constituía todo su deleite y adonde se retiraba a descansar de las tareas de la semana.
                                                       Los higos, fruto de la higuera
El árbol predilecto de aquel pedacito de tierra cultivada era una higuera que despertando con su rico fruto la ambición de los muchachos y rateros del barrio, excitaba en tales términos la bilis de la enfurecida dueña que, aún siendo cristiana de las más fervorosas, seducida por el fanatismo de la época no vaciló en maldecir su higuera predilecta, antes que ver su fruto sirviendo de golosina y apacible deleite a todos los aficionados de aquellas cercanías.
La maldición hizo su efecto. La higuera quedó encantada, y en vez del fruto delicioso de otras veces, solo producía unos higos ásperos e imposibles de comer por su desagradable sabor. La dueña admiró durante su vida el fruto de su maldición. La higuera siguió constituyendo su delicia, y junto a ella, recostada al pie del brocal de un antiguo aljibe árabe, se la encontró muerta uno de los días en que contemplaba los encantos del árbol por ella maldito.


El terror se difundió en el Albayzín, después de la muerte de aquella mujer. Se decía que todos los domingos por la noche veíase su espíritu surgir de las aguas del aljibe, y que arrepentida convidaba allí a sus convecinos ofreciéndoles higos de oro y otros metales riquísimos, bailando todos alrededor del aljibe. Después se marchaba y hasta la semana siguiente quedaban en tranquilidad aquellos lugares.


Todo esto era creído por la fantasía de aquel barrio, lo que no era extraño viendo como algunos aumentaban fabulosamente sus riquezas, entre ellos el viudo de la vieja, que fue el que la ahogó y se dedicó en aquel lugar a fabricar doblones que le enriquecieron.
Sin embargo los vecinos no hay quien deje de santiguarse con gran respeto, siempre que pase junto al huerto donde se encuentra el Aljibe de la Vieja.
En aquel rincón tenebroso no me quise detener a contar tan lúgubre leyenda ya que, entre la oscuridad de la calleja, la fúnebre y tétrica leyenda, hubiera ensombrecido lo apacible del paseo por el Albayzín.  
                                                    Aljibe de Santa Isabel de los Abades
Por la Calle de San Luis, después de pasar por el Aljibe de Santa Isabel de los Abades y la Rauda, (cementerio de los moros) caminamos en dirección al barrio del Sacro Monte en pleno Valle de Valparaiso.


                                                     Dejamos atrás las callejas estrechas...

                                         Por la Calle de San Luis nos dirigimos al barrio del Sacro Monte
Dejamos atrás las callejas estrechas y entramos en los espacios abiertos de un barrio cuyas viviendas se encuentran enclavadas en plena montaña, son las cuevas del barrio gitano.
                                                    Barriada del Sacromonte
                                                Hacia el Sacromonte por el callejón de los Pinchos.
Algunas familias, a las una de la madrugada respiran, en la puerta de sus cuevas, el airecillo fresco que viene a través del Valle de Valparaiso, me reconocen y entablamos conversación recordando aquellos tiempos en los que pasaba con mi moto Vespa, por la Vereda de Enmedio, poniendo inyecciones, curando enfermos o tomando tensiones, era mi segunda profesión, después de la de maestro.


                                                  La luna era el fiel testigo de este momento
La luna en lo alto, iluminado el camino, los diversos miradores con sus bancos ocupados contemplando el paisaje, y el murmullo orquestal de las aguas del río Darro allá abajo, son los elementos que componen una sinfonía de sonidos que embargan los sentidos mientras caminamos, deteniéndonos en algún momento para dejar plasmado en la retina de la cámara fotográfica el recuerdo de una noche de ensueño  que ya quisieran para sí los “Cuentos de las Mil y una Noches”.
                                                     La muralla de D. Gonzalo
La muralla de D. Gonzalo, por la que pasamos, fue la cerca que se construyó siendo rey de Granada Aben Ismael, que en una redada por Jaén trajeron como rehén al obispo que habiendo cambiando sus vestiduras como príncipe de la Iglesia por la pesada armadura castellana cayó sobre los mahometanos consiguiendo la victoria, no sin que los moros se trajeran algunos prisioneros que encerraron en las torres de la Alhambra. Tristes estaban los moros por la derrota sufrida, pero pasados algunos días un mensajero de los cristianos les hizo conocer que uno de los prisioneros era el Obispo de Jaén. Ofrecieron cuantiosas sumas por su rescate. El rey impuso como precio la conclusión de la muralla a la que se le dio el nombre. D. Gonzalo de Stúñiga salió de la ciudad una vez terminada la muralla y de esta manera se pudo terminar el empeño de cercar definitivamente la ciudad.
                                            Interior de una cueva donde se celebran las zambras gitanas


                                                            Zambra gitana


                                                     Cuevas del Sacromonte
                                                        Cueva de Curro Albayzín
Por el Barranco de los Negros bajamos al camino central del Barrio del Sacro Monte deteniéndonos en las puertas de algunas zambras que, a estas altas horas de la madrugada, permanecen cerradas, sin embargo nunca nos dejaría de acompañar una luna brillante, un Alhambra roja, el cielo cubierto de estrellas, el blancor de la residencia veraniega del Generalife y el murmullo del agua del río Darro.
                                                     Chorrojumo, rey de los gitanos
                                           Monumento a Chorrojumo a la entrada del Sacromonte
En el Peso de la Harina antigua Puerta de Guadix, Chorrojumo, el rey de los gitanos, arrogante subido en un pedestal con su vara como cetro y su traje de katiti, lo hizo popular el pintor López Mezquita; para sus pinturas lo vistió de esta guisa haciéndose muy popular entre los extrajeros que visitaban la ciudad y que siempre se llevaban como recuerdo el haberse fotografiado con el rey de los gitanos.


                                              Escuela del Ave María. Casa Madre
                                                 Jardines de las Escuelas del Ave María
                                         Lección práctica de Geografía en el gigantesco mapa en relieve
Paseo de los Tristes, lugar de paso el siglo XIX de los “tiesos” que acompañados por sus familiares iban camino del cementerio, o lo que vulgarmente se dice: el dormitorio eterno.



                                                Busto dedicado al Padre Manjón, en su paseo
También llamado del Padre Manjón, el fundador de mi Colegio “Las Escuelas del Ave María”, redentor de las clases deprimidas y creador de la Pedagogía de Valores, de la Pedagogía Activa, basada al aire libre teniendo el juego como elemento coadyutivo.
Nos hacemos una foto delante de la escultura del bailarín y coreógrafo Mario Maya, que nació y vivió parte de su juventud en el Sacro Monte y divulgó su arte por todo el mundo.



                                                    Casa de las Chirimías
La Casa de las Chirimías, nombre que recibe por los instrumentos de chirimías y trompetas  que se tocaban para las corridas de toros y cañas que se celebraban en los escenarios que se montaban sobre el río, mientras los ediles y autoridades se situaban en el primer piso de la Casa de las Chirimías.

                                                        Hotel del Bosque
El Hotel del Bosque vulgarmente llamado Hotel Reuma, se abrió en el año 1910 y dejó de existir como tal en 1918, debido a la humedad y el frío que durante el invierno allí se albergaba, hoy está en proceso de restauración por el Patronato de la Alhambra.

                                           Casa del señor del Castril. Actual Museo Arqueológico.
Son las dos de la mañana, Luis un antiguo alumno, guitarrista de profesión y “tocaor” en una de las salas flamencas de la Carrera del Darro, nos saluda mientras un poco más abajo nos encontramos delante de la fachada de la Casa del señor del Castril, actualmente Museo Arqueológico de la ciudad. Fachada de estilo plateresco, es una muestra del Renacimiento granadino, lo más llamativo del edificio es un balcón esquinado en la segunda planta que aparece cegado. Encima de él, el lema “Esperándola del cielo” una posible alusión de Hernando de Zafra a su confianza en la vida eterna.

                                                             "Esperándola del Cielo"
                                                      En el palacio del Señor del Castril
Sin embargo la leyenda apunta a una curiosa historia protagonizada por el nieto del Secretario de los Reyes Católicos. Esa leyenda señala que Hernando de Zafra era hombre de mal humor que se enemistó rápidamente con todos los granadinos por su trato despectivo y su desprecio a los demás. Viudo, Hernando de Zafra vivía con su hija Elvira, una joven entre 15 y 18 años que se había enamorado del hijo de una familia enemiga de los Zafra.
                                                      Elvira, hija de Hernando de Zafra
                                                  Luisillo el paje que cuidaba a Elvira
La leyenda, que dio lugar a numerosos relatos románticos en el siglo XIX, narra que, estando en su habitación Elvira con su amante una noche, llegó Hernando de Zafra de la calle. Un pajecillo que servía a la familia corrió a alertarles. El amante, Alfonso de Quintanilla, logró huir por el balcón cuando en la habitación irrumpió Hernando de Zafra y descubrió a su hija medio desnuda acompañada por el pajecillo. Al verse sorprendida, la chica se desmayó.





                                  El espíritu de Elvira vaga todas las noches por el Palacio del señor del Castril.
Hernando de Zafra se llenó de cólera y, equivocadamente, creyó que quien había llevado a la deshonra a su casa era el paje, de nombre Luisillo. El iracundo padre llamó a uno de sus criados y ordenó que ejecutara allí mismo al paje ahorcándolo en el balcón de la casa. Luisillo suplicó por su vida y dijo que todo aquello era un error. Luego pidió justicia divina. “Colgado quedarás, esperándola del cielo”, le diría Hernando de Zafra.
Una vez ejecutado el muchacho, el dueño de la casa ordenó tapiar el balcón de su hija para que esta no volviera a ver la luz del día y, con tremenda ironía hizo esculpir la inscripción, “Esperándola del cielo”, encima del balcón como aviso a todos los que trataran de pretender a Elvira. La leyenda añade que la muchacha, desesperada por su encierro, decidió suicidarse ingiriendo veneno.
                                   Por la Carrera del Darro. La luna entre la torre de la Iglesia de San Pedro
                                                                               y la Torre de Comares de la Alhambra
No concluye ahí la historia. La tradición granadina asegura que Hernando de Zafra no descansó en paz ni con su muerte. El día en que expiró se desató en Granada tal tromba de agua que, cuando el féretro era trasladado para su entierro, el río Darro se desbordó y arrastró el féretro mientras los porteadores luchaban por sus respectivas vidas. El tercer señor del Señorío de Castril no llegaría a recibir sepultura jamás. A partir de entonces cuando llueve intensamente en Granada, hay un dicho popular, en boca de los granadinos, que dice: “Está lloviendo más que el día que enterraron a Zafra”.
Mientras narraba, a mis dos acompañantes, esta leyenda alguien misteriosamente se nos acercó al grupo y sin musitar palabra fue siguiendo las explicaciones que a continuación se fueron sucediendo.
                                                      Puente de Espinosa
                                                    Puente del Cadí.
La leyenda del Puente del Cadí o de los Tableros, cuyas ruinas aún permanecen, el Maristán o el hospital de locos, el bañuelo, baños árabes que aún se conservan con la distribución de las distintas salas, los puentes de Espinosa y Cabrera, que aún cumplen su misión de unir el barrio de Axaris o de la Salud, con el barrio de la Churra, de entre los catorce que existían hasta que el río fue embovedado, y para finalizar llegando a Plaza Nueva la Casa de Los Pizas, donde murió Juan Ciudad, San Juan de Dios cuya vida está enmarcada en aquella frase: “Granada será tu Cruz”.
                                                           Calle de Aceituneros
Por la calle de Aceituneros, próxima a la Carrera del Darro, subiendo por ella nos encontramos con la Calle Benalua y una casa hoy convertida en hotel en cuya fachada había un gato, de ahí la leyenda de “la Casa del Gato”.
Primeros años del siglo XIX las artes españolas sufrían una transición enorme, los artistas españoles tenían que marchar a otros países en busca de trabajo.
En este ambiente y en apurada situación se encontraba Martín de Haro un tallista notable que dejó huella en diversos templos y casas aristocráticas.
Después de vender sus permanencias y obras de arte para poder subsistir y encontrándose al borde de la miseria absoluta una noche mientras dormitaba escuchó una voz que le decía: “En la Puerta del Sol de Madrid está tu fortuna”. Aquella frase le martilleaba continuamente, hasta el extremo que suplicó aquí, buscó allá y, un buen día desapareció de Granada.
                                                 " El Cura Rico" de la Casa del gato
Muchos años antes de lo descrito habitaba la “Casa del Gato” un sacerdote, al que el vulgo le había adjudicado un portento de riquezas y santidad, debido a que jamás negó limosna al pobre que se la pidiese, adquiriendo el apodo del “Cura Rico”, era el paño de lágrimas de los desvalidos; pero éstos, la mayoría pedigüeños de oficio pagaban su caridad contando de él hechos misteriosos y extrañas historias rodeándolo de cierta fantasía despreciativa. Muy anciano ya murió el sacerdote y la “canalla”, esperaba ansiosa, la cuantiosa fortuna que decían había legado para repartírsela, pero el cura dejó como único capital unos viejos manteos y una miserable cantidad para los gastos de entierro.
Algún tiempo se habló del asunto y la fantasía dio rienda suelta a fábulas e historias que, al fin, como todo en la vida se olvidaron…
                                                                Puerta del Sol en Madrid
Varios días hacía que Martín hallábase en Madrid, sin hacer otra cosa que deambular por la Puerta del Sol, fijo en la idea de hallar su fortuna; pero ésta no se le presentaba bajo ningún aspecto, y triste, descorazonado, retirábase por la noches a una hedionda posada, donde pernoctaba por unos ochavos sobre un miserables jergón. 

Así pasaba el tiempo, hasta que cierta mañana, que paseaba, absorto, echando cálculos para emprender nueva vida, lo sacó de su ensimismamiento la presencia de un caballero, quien poniéndole una mano en el hombro, le dijo: “Buen hombre, vengo observando desde hace unos días, su presencia en este sitio, y a juzgar por su aspecto, creo  estará buscando trabajo.
-¿Quiere trabajar?
-Yo puedo facilitarle los medios, dándole algunos artículos y baratijas para venderlos.
-Ciertamente, señor, -respondió Martín-.


-Necesito ocupación anta la imposibilidad de mi vida.
Y en un momento de sinceridad, confesó al desconocido el por qué se encontraba en aquel sitio y en tal estado.
El extraño personaje lanzó una ruidosa carcajada y contestó:
-Sois un iluso. Si yo hubiese hecho caso de sueños me encontraría en tal situación que vos, pues habéis de saber que hace unos años me aventuré en cierto negocio que me llevó a la ruina; fueron tantas mis cavilaciones y trabajos excesivos, que llegué a enfermar, y recuerdo que en mis sueños, se me aparecía una rara figura, envuelta en un hábito, que cariciosa me decía:
-Bajo la fuente de la Casa del Gato en Granada, está tu fortuna, y ya veis, cómo sin hacer caso de quiméricos sueños he vuelto a rehacerme con el trabajo, que es la única fortuna de los hombres honrados.
Un esfuerzo sobrehumano tuvo que hacer Martín, que no oyó las últimas palabras, y procurando evadir la conversación, prometió con unas frases de agradecimiento ir a visitarle, previa la invitación que le diera.
                                               Carrera del Darro. Óleo de José Medina Villalba


Con un mundo de esperanzas llegó Martín nuevamente a Granada y cuando él creyó dar por terminada la extraña aventura que había de conducirle a la felicidad, se encontró con el enorme inconveniente de que la Casa del Gato estaba alquilada.
Largo rato estuvo Martín contemplando, desde el portal, aquella fuentecilla de brillantes azulejos, que parecía atraerle con la borboteante y suave voz del surtidor, mientras en sus oídos resonaban aquellas palabras del desconocido: “Bajo la fuente de la Casa del Gato…”
-¿Es posible –se decía- que teniendo tan cerca la solución haya de esperar, resignado, hasta sabe Dios cuándo?
Y le asaltaba el temor de que alguien descubriera aquel secreto que le pertenecía y se lo robasen.
Con el miedo de infundir sospechas se retiraba, un día y otro de la casa, sosteniendo en su alma una ruda lucha de esperanzas y dudas, y así trascurrieron varios meses hasta que una mañana, al desembocar por la Cuesta de Aceituneros, y entrar por la Calle Benalua, una brusca emoción le hizo pararse y restregarse los ojos creyendo que soñaba; acabó por convencerse de que estaba despierto y que, sujeto a los hierros del balcón de la Casa del Gato, había un trozo de papel blanco que parecía llamarle. Se aproximó hasta la casa y efectivamente, se alquilaba.
Rápidamente penetró en el portal y emocionado hizo repiquetear la aldaba, toc, toc, toc… Abrióse la puerta y una voz de mujer preguntó:
-¡Quién es?
-Gente de paz. Contestó Martín un poco afectado
-¿Podéis decirme – continuó dirigiéndose a la anciana, si es cierto que se alquila la casa y quien es el dueño?
-Habéis de saber –contestó la anciana- que alquilamos la casa por tener que atender la de mi hija que se encuentra enferma. Así pues, con el ama habláis.
Y tras formalizar algunos trámites y entregar unas monedas de adelanto, se convino entregar las llaves a Martín tres días más tarde.
Una eternidad le parecieron a nuestro artista aquellas últimas horas hasta que al fin la anciana, cumpliendo lo ofrecido, le hizo entrega del edificio.
                                                    Alquiló un arriero e hizo la mudanza
Al quedare solo Martín, su primer impulso fue descubrir la verdad de aquel enigma que tanto tiempo le traía atormentado. Oteó la seguridad del patio, por si ojos extraños dieran al traste con todos sus desvelos, y después de convencido de que nadie podía sorprenderle, le pareció imprudente hacer de día el trabajo, por si surgiera algún inconveniente. Así es que, con el fin de ocupar las horas que aún faltaban para la noche, buscó a un arriero y con su ayuda trasladó su escaso ajuar al nuevo domicilio; adquirió una linterna y encerrándose en la casa a “piedra y lodo” esperó prudente a que llegase la hora…
Aún vibraba en el aire la última campanada de las ánimas cuando Martín descendió al patio, provisto de la linterna; su primer cuidado fue cortar el agua que surtía la fuente, para que no le entorpeciera su labor. De uno de los bolsillos extrajo un cincel plano y fino que hundiéndolo por entre las uniones poco cerradas de los azulejos, a causa de la constante humedad, hacía que éstos se levantaran sin esfuerzo, suavemente como si ellos contribuyesen a facilitar el logro de los deseos del artista; unos momentos después el suelo de la fuente presentaba un lecho blando y arenoso.
Martín, con una emoción que casi le impedía respirar, escarbó con el cincel de un lado para otro hasta que éste tropezó con un fondo más duro y arcilloso.
La desilusión empezó a poner amargura en su boca, y un pequeño temor invadió su cuerpo… Con rapidez empezó a sacar arena con las manos, para mejor cerciorarse y a poco que descubrió, vio con asombro que en uno de los ángulos se presentaba a su vista una losa de mármol en cuyo centro había una anilla… Intentó tirar de ella, pero sintió dolor en sus manos y la losa no cedió; entonces como iluminado llegó a la puerta más próxima a la escalera y descolgando la barra de hierro que servía para atracarla la atravesó en la recia anilla en forma de palanca y haciendo un gran esfuerzo, alzóse la losa, dejando al descubierto una oquedad en cuyo centro apareció, a la deslumbrada vista de Martín una arqueta de hierro cincelada…
Rápido como su deseo, introdujo los brazos, con enorme trabajo alzó hasta el pavimento su soñado tesoro.
Entonces Martín, abotargado por aquella felicidad, alzó la vista hasta el cielo y cuenta la leyenda, que en aquel momento, con la rapidez del relámpago, vio el artista, como echado en el barandal del corredor, la bondadosa figura de un sacerdote, que fijamente le miraba.


Dos días después de este suceso cuántos pasaban por delante de la Casa del Gato veían como siempre, el surtidor de la fuente saltando alegremente y en su balcón nuevamente aparecía una blanca papeleta, indicadora de que la casa se alquilaba.



                                            Carrera del Darro. Óleo de José Medina Villalba
Pasan grupos de gentes que quieren disfrutar de la noche, de una noche que aún conserva el calor de un día que le ha precedido y que quiere recobrar fuerzas con el airecillo que viene de Jesús del Valle, para poder emprender la nueva jornada con un poco de respiro.

A la altura de la Calle de la Colcha nuestra invitada de piedra se despide deslizándose Calle de Reyes Católicos abajo, mientras el trío, abuelo, nieto y prometida dan por finalizada una jornada que quedará impresa para siempre en el recuerdo.

La gaitera mayor venida de Cantabria quería demostrar sus valores musicales y buen ejemplo de ello dio aquella otra noche, en la casita de papel, la de las esculturas y surtidores de chorros que agua que se entrecruzan y se abrazan como enamorados en los jardines de un carmen trasladado desde el Albayzín a los pies de Sierra Nevada.

Aquella noche las pizzas de los Ogíjares, las del asadero de pollos y las gigantescas “papas”, dejaron satisfechos los paladares exigentes de la concurrencia, en una reunión familiar de hijos, nietos, y demás familia.
Nuestra anfitriona supo elegantemente explicar y presentar con todo el gusto y delicadeza el cuerpo íntegro de lo que es una gaita, pero no una gaita corriente y vulgar sino todo un instrumento en el más amplio sentido de su profesionalidad.
Sonaron los acordes de “Asturias Patria Querida”, pasodobles, composiciones netamente cántabras y los aplausos de la concurrencia se sucedían  después de cada una de las intervenciones.


Pero, ¿y la guitarra flamenca?, ¿puede nuestra flamencona permanecer callada escuchando el intrusismo de una gaita que en esta noche se ha querido llevar a gala todos los parabienes, beneplácitos, aplausos de aquellos que siempre la han tenido en suma estima? ¡cómo iba a ser posible esto!
Salió a escena toda arrogante, desafiante, no podía permitir que en su propia tierra alguien viniera del norte a invadir lo que musicalmente creía ser la dueña y poseedora.
Francis, mi hijo, tomó en sus manos la guitarra
por el porche del chalet el silencio se afinaba
contra el filo de las rosas.
Templo las cuerdas; las cuerdas
sonaron con son de luna,
pero de luna española
y Francis empezó
su lección mágica y honda.
Pero cuando mi hijo
hizo temblar en un tercio
toda el alma del bordón
sintió que un aire
como un diablillo gitano
se le metía por las venas
y se le subía a los labios.
Y sin poder contenerse
y sin poder remediarlo
se echó “palante” flamenco
y los cantes le brotaron
uno tras otro con una voz
que en la noche estrellada
rasgaba el cielo.


 Entonándose primero
con un jipío bien largo,
puso el cielo al rojo vivo
con un porón, pon pero.


Y mientras que, postineros,
con su estrellita del brazo,
jaleaban los luceros
bailó como nunca
entre requiebros y óles
Conchita, su madre, por rumbas
mientras la familia aplaudía.
Aquella noche hasta la gaita
se sintió flamenca
estrechándose en un abrazo
Con la guitarra española.

Brindis al final por el hermanamiento de la gaita y la guitarra; más de uno quiso convertir esa noche en gaitero.





Pocos días después recibía un correo de aquel personaje que se unió a nuestro grupo al final de la velada, por la Carrera del Darro en la visita al Albayzín.
Día 19 de julio de 2014.
Buenas tardes Señor Medina, no sabía dónde poderle escribir, entonces lo estoy haciendo en este comentario. Nos conocimos aquella noche mientras enseñando la ciudad a su nieto y a su novia y yo me añadí a vosotros.
Quería compartir con vosotros una poesía que me inspiró aquella noche.
Granada
ciudad de encanto y de sorpresas.
Paseando por la noche en un melancólico
Paseo de los Tristes,
mi camino se cruza con el de tres personas.



Un anciano que cuchichea leyendas y rellena el
aire cálido de cultura,
te acercas y con ellos descubres rincones
escondidos
en tu solitario vagar.
Arrivederci!
Lisa.


Había que darle las gracias a esta italiana por su bella poesía.
La noche tiene sus encantos en esta ciudad, pero también sus fascinaciones asombrosas, mientras una luna en cuarto menguante, pero con una vitalidad enorme se asoma a hurtadillas por la torre de la Iglesia de San Pedro, mientras, según Lisa, un “anciano” comenta leyendas en torno de la Carrera del Darro, ella con cierta suspicacia se agrega al grupo de tres.
Lisa podría ser el personaje de una leyenda más de esta ciudad, sería la estrella de una noche de verano que misteriosamente apareció, sería la hija del Señor del Castril que salió de ultratumba, cuando este guía comentaba la leyenda, “esperándola del cielo”.
Fue como una sombra misteriosa que casi imperceptible nos siguió, de estructura pequeñita, con un aire de feminidad extraordinario, sus ojos eran como dos perlas que brillaban en el embrujo de una noche misteriosa. Se sonreía con una risa especial, muy atenta a las explicaciones. Creo que todo fue un sueño, una especie de encantamiento pues de pronto se esfumó como por arte de magia, por eso creo que fue el epílogo a esta velada de fantasía.
Fue la guinda del hermoso pastel que aquella noche del mes de julio disfruté con mi nieto Antonio y su prometida Vicky, y una sultana llamada Lisa, a la que agradezco su bella poesía.
¡Arrivederci!
Sirva este archivo, número 94 de mi blog, como recuerdo, de una visita al Albayzín, a la gaitera mayor de Cantabria y a mi nieto Antonio, reportero excepcional que dejó plasmado en la retina de su cámara  toda la belleza de una noche de verano granadina.

                                        José Medina Villalba