domingo, 26 de febrero de 2017

SINFONÍA DE AGUA





¡Que sonora va el agua
 llamándose Granada!


Agua por los arroyos,
inocente y alegre
como la infancia.


Agua por las acequias,
fresca, nueva, graciosa
igual que una muchacha.

¡Qué íntima está el agua
llamándose Granada!



Agua por los aljibes,
abandonada.


Agua por los estanques
ensimismada.

¡Qué sonora, qué íntima,
y que triste está el agua
llamándose Granada.

(Federico  García Lorca)

 Era una mañana apacible, tranquila, de esas mañanas que el espíritu se engrandece cuando vas paseando de forma sosegada.
Son numerosos los lugares que tenemos en Granada para pasear, y meditar, para traer al presente y hacer vivir los recuerdos de los años pasados, yo diría más los que se prestan a esto, que los que no.

                                                Bellos lugares para pasear por Granada

      Ciertamente, cuando el ajetreo diario del trabajo no te deja apenas tiempo para disfrutar de lo que la Naturaleza nos ha regalado, en esta maravillosa Granada, porque los quehaceres te tienen metido en una burbuja de ocupaciones y faenas, sin embargo, la belleza del mismo entorno en el que vivimos, te va impregnando de esos encantos sin que apenas te des cuenta.


                                                       El cortijillo de "Juanillazo"


       Cuantas veces, en años que se vislumbran desde lontananza a larga distancia, he subido por esta Cuesta, la del Rey Chico, ascendiendo en mi compañera diaria de viaje, la Vespa, para prestar mis servicios en lo que llamábamos el cortijillo, de "Junillazo"; esta mañana no son las ruedas del vehículo que me trasportaba, sino mis propios pasos los que han comenzado a subir esta pendiente, una de las faldas laterales sobre las que se apoya la majestuosa Alhambra.

                                              El Peinador de la Reina y la Torre de Comares

      Ensimismado en tantos recuerdos pasados arbolaba lentamente, dirigiendo mi mirada unas veces al Peinador de la Reina, recoleto, como una pequeña joya incrustada en el gran monumento morisco, junto al gigantesco volumen de la Torre de Comares, 

                                     Las casas del Albayzín se apiñan como las celdas de una colmena

otras veces girando mi cuerpo para contemplar la muchedumbre de enjalbegadas casitas que se apiñan como las celdas de una colmena, con sus largas espadas mirando al cielo, las torres de las mezquitas convertidas en iglesias, cuya exquisita miel se encierra en un nombre, que han recorrido los cinco continentes, miel que atrae a los que nos visitan, el Albayzín.

                                           La llamada entrada de los románticos  a la Alhambra

      Una de las antiguas entradas al recinto, hoy cerrada a cal y canto, tantas veces plasmadas por los pintores románticos que durante el siglo XIX se hospedaron por estos lares, la vislumbro con su estrecho caminito, que serpentea subiendo a una puerta que añora tiempos pasados.

                                                 Atardeceres mágicos en Granada

      Apoyado en el pretil del murete que bordea el camino, algunos enamorados entre arrumacos en los atardeceres primaverales, cuando, el ruiseñor canta, y el cucú deja su sonido misterioso, en intermitentes, ¡cu cu!, ¡cu cu!..., como salidos de ultratumba, cuando vibra con fuerza la sabia del amor;


 mientras la tarde se despide sigilosa, apareciendo las tenebrosas oscuridades de la noche, rotas por la luminosidad de la luna que va lentamente asomándose por los ventanales del Partal.
 Han dejado allí, día tras día, grabados sus nombres sobre la arcilla convertida en ladrillo, para perpetuar las carantoñas, mimos y caricias que portan  los placeres de los amores secretos.


      Allá abajo, en el barranco, el acueducto que conduce el agua de la Acequia de Santa Ana, “Romaila”, el sonido de las palas que arrastraban, a través de la boquilla, los panes del horno de Jesús y los haces de abulagas almacenadas en la puerta para alimentarlo. 



                                                   Carmen del Granaillo, el molino y el horno de Jesús
                                       
Más abajo el Carmen del Granaillo, donde nació y vivió el pintor Marino Antequera, que ha perpetuado en sus lienzos los rincones más bellos de Granada, maltratados, hoy día, por la picota destructiva y el cemento vejatorio, impuesto por mentes descerebradas.
 Todo va pasando por delante de mí en una ráfaga instantánea que se difumina rápidamente.

                           La guardia de Boabdil, con su jefe, descienden de la Alhambra,camino del Albayzín

      Sigo ascendiendo, algunos visitantes al monumento pasan a mi lado, mientras continuo abstraído en mis pensamientos; un tropel de caballos, bajan precipitadamente con jinetes a la grupa, turbantes y chilabas se bambolean en el aire como banderas impulsadas por el viento que llega de la ribera del Darro, perfumado por la fragancia de los primeros anuncios de la primavera, junto a las novedades de las florecillas que bordean el camino.


                                                       Boabdil el Chico

      Cubiertos los rostros, protegiendo al jefe que los dirige, son un grupo de abencerrajes, descubro a la cabeza a Muhámmad XII, Boabdil el Chico, al que los cristianos le llamaban despectivamente Al-Zugabí, “El desdichado”, con su gran espada a la cintura, deja destellos de rayos que deslumbran al contemplarla, por  su ornamental empuñadura, con labrados verdadero trabajo de orfebrería.

                                                       La espada de Boabdil

        Escapa de la prisión a la que ha estado sometido por Muley Hacén, apoyado por la despechada Aixa, su madre le espera  en lo alto del Albayzín, en el Palacio de Dar Al-horra, para preparar el asalto al poder y convertirse en el último rey de Granada.  

                                                                  Puente del Aljibillo

      Tengo que apartarme y apoyarme en el terraplén terroso, que bordea este desfiladero, cubriéndome el rostro ante la enorme polvareda que dejan al pasar, envolviéndolos en una nube, que haciendo invisible al grupo, se pierde por las orillas del río Darro, atravesando el Puente del Aljibillo.

                                           Las princesas: Zaida, Zoraida y Zorahaida

      Algunos sonidos melódicos de guitarras y bandurrias llegan a mis oídos, al culminar la pendiente y comenzar el llano, son los caballeros cristianos prisioneros, mientras disfrutan la hora del descanso, salvando la vigilancia de los guardianes deleitan con los acordes acústicos de las cuerdas de sus guitarras y bandurrias a las princesas prisioneras en la Torre de las Infantas a: Zaida, Zoraida, y Zorahaida.

                                                   Torre de las Infantas

       Suspiran las princesas de emoción y llora el agua que se precipita a los pies de las tres torres que delimitan el camino.
Hay una orquestación especial, los bajos y graves se deslizan lamiendo el pie de los fortines, en un alarde de aguas que bajan precipitadamente como queriendo escapar pronto de estos parajes, mientras los agudos sobresalen despeñándose en una cascada vertiginosa.


                                                    El sonido orquestal del agua

       Me quedo embelesado escuchando el sonido orquestal del agua que corre por el arroyo, no puedo por menos que sentarme en una alfombra verde de hierba, que demarca el camino, cualquier compositor estaría escribiendo en un pentagrama las mejores sinfonías en este apacible lugar.


                                             El agua del arroyo lava los  pies de las torres

Ante el fluir placentero de la corriente al deslizarse suave, lavando los pies de las torres, mi imaginación vuela junto al susurro del agua al chocar con las rocas que se interponen en su camino; más, de pronto, surge la furia del sonido tormentoso del enorme caño que sale de las entrañas de la muralla, como el parto que explota de la madre Alhambra, de la misma manera que los enfurecidos sonidos de timbales y platillos acallan la dulce melodía de los violines que plácidamente corren por el arroyuelo.


                                                    El parto de la Alhambra hecho agua

      Todo recuerda la composición de Claude Debussy, con “Atardecer en Granada” impregnada de misteriosos y cálidos perfumes.


       Me saludan un grupo de japoneses que pasan a mi lado levantando los dedos de la mano en señal de amistad, con sonrisas en caras placenteras, ojos rasgados y miradas penetrantes saturados de la belleza del entorno, también lo hace el perrito que se adelanta a sus dueños, deleitándose en el lugar.
Es camino de románticos, camino para meditar, pero también para los intrépidos velocipedistas que llanean después de haber subido una dura cuesta.



Incrustado en la muralla como una roca más, dándole consistencia, habla Federico a través de su pequeño, pero profundo poema.
Quiero bajar al pozo.
Quiero subir los muros de Granada.
Para mirar el corazón pasado.
Por el punzón oscuro de las aguas. (F.G.L.)



Escucho unas palabras que me conmocionan:
-“te quiero”.
- ¿A mí?
-Pero bueno…
¡Es posible!
¿Quién?
Situado en el quiebro que hace el camino, en el mismo rincón donde se encuentra el mural del poema, donde se deja de ver el camino pasado, una pareja de enamorados, cuando uno se había adelantado y no percibía la  presencia de la otra persona, ella, desde la otra parte del camino le ha lanzado este mensaje.


                                                      El Rincón de los Secretos

         -¿Lo habrá captado él, que no la está viendo ni oyendo?
-Perfectamente.
 Este lugar tiene la propiedad, como ocurre en la Sala de los Secretos en el Patio de Lindaraja, de trasmitir los sonidos a través de la curvatura que hace el muro.
Compruébelo si alguna vez quiere declarar su amor, y no se atreve a decírselo cara a cara.

                                            Torre del Agua

       La Torre del Agua y el puente del mismo nombre, que une el Generalife con los palacios árabes, me ven pasar camino de la mimbre. Ese rincón misterioso, hoy transformado en un lujoso restaurante, en otros tiempos fue un simple kiosco de madera de color verde.


                                                     Paseo de los Tristes

      Aquí  descansaban los que transportaban al “finiquitado”, cuando marchaban camino del “dormitorio eterno”,  -después de haber pasado por el Paseo de los Tristes y la Cuesta de los Chinos o del Rey Chico- y en cuyo lugar, a la vuelta de cumplir con el sepelio,  se formalizaban  las promesas de beberse un vaso de vino,  a la salud del que se quedaba, y en memoria del ausente.
La Torre de los Siete Suelos y el misterio de los tesoros que  allí se esconden, bajo las palabras mágicas de un sortilegio que hay que pronunciar, al que se atreva llegar a al último suelo,  me inquietan al pasar junto a ella. 
¿Quien posee la nigromancia para llegar al corazón de la torre?


                                                   La Torre de los Siete Suelos



                                               El tesoro de la Torre de los Siete Suelos.

       Los gorjeos de los jilgueros que rondan por el bosque, con pequeños destellos del celo atrayendo a su pareja, son los anuncios de una primavera que quiere hacer acto de presencia, pero que aún la pereza a la que le tiene sometida, el vestido frígido del invierno, al que todos sus habitantes desean se marche pronto.


 Porque el bosque de la Alhambra, sus jardines, palacios y almenas, e incluso estanques son un hervidero de vida animal. El monumento nazarí no sólo es el punto de confluencia de turistas ávidos de arte y cultura, es también refugio y hábitat de numerosos especies de vertebrados que encuentran en la colina un lugar donde vivir.

                                            El asombro de los turistas que visitan estos lugares

Refugiarse en tiempos de temperaturas extremas y donde desarrollarse: la ardilla roja, chochines y petirrojos, gorriones, cernícalos, mirlos, golondrinas, currucas capirotadas, búhos, palomas, jilgueros, canarios, pinzones…, ponen su nota saludando, al que pasa, desde cualquier rama de los árboles del bosque, o atravesando el camino ante el asombro del paseante.

                                            Los jilgueros del bosque de la Alhambra

      Los ojos vidriados del búho te miran vigilantes, escondido entre las ramas de un arce cuando en solitario paseas por la noche, alumbrado por la tenue luz de las farolas que bordean a ambos lados el camino, mientras escuchas el sonido del agua que se desliza por los arriates.

                                             El sonido silencioso del agua por el arriate

El agua de este romántico paseo, descendiendo por la colina del Mauror, es agua de un gazpacho andaluz, aquel que bebían los segadores del campo, en las calurosas jornadas del estío, para alimentarse y refrescar sus cuerpos en los breves descansos en la recogida de la mies: 

                                                  El gazpacho de los segadores

pimiento, tomate, pepino unos trocitos de pan, un poco de vinagre y acetite, pequeñas perlas doradas flotando como goletas, esperando ser engullidas, todas flotando a modo de minúsculos veleros.

                                 La Fuente del Pimiento

       El gazpacho del bosque alhambreño, lo componen las fuentes del pimiento y del tomate, aderezado con las florecillas blancas del borde del camino,


 trocitos de pan que emergen en una superficie cristalina donde se acercan a beber los jilgueros, y demás avecillas que por allí anidan.

                               Monumento dedicado a Ángel Ganivet

       La fuerza del hombre sobre la Naturaleza, que el gran escultor, Juan Cristóbal, nos dejó en memoria de Ángel Ganivet, es uno de los recoletos rincones de este bosque, el sonido del chorro del agua en parábola olímpica, rompiendo el cristal del espejo del agua de la alberca, me traslada al olimpo de los dioses, o a la paz del sombrío claustro de los conventos benedictinos, donde el tañer de la campanilla de la monja guardiana, 




me suena a maitines, laudes, tercia, nona, vísperas o completas, según la hora, mientras descanso en uno de los bancos que rodean el monumento, nos metemos en el repicar y rasgueo del agua sobre el pequeño estanque.


Me encontraba en la bifurcación de dos caminos, y en la tasitura de, o bien continuar descendiendo hacia la Puerta de las Granadas de Pedro Machuca, o descender bordeando el Hotel Alhambra Palas, hasta llegar a mi “guarida “ en el Realejo.


                                                              Carmen d Ronconi

       Por los tapiales del Carmen de Ronconi surgen las notas hechas canto del barítono veneciano Giorgio Ronconi, con una voz grave superando a cualquier tenor en agudos viriles, y a cualquier bajo en ligeros brillantes.


        La alfombra gris que serpentea por la calle que desciende, hace que mis pasos sean cómodos, para seguir contemplando la belleza de la ciudad que se vislumbra en la lejanía.


Hay momentos que la escalinata nos invita a dejar la alfombra para ir alternado la bajada, que se completa con la visión del color butano del parador que construyera el aristócrata el Duque San Pedro de Galatino, inaugurado por el rey Alfonso XIII, el 1 de enero de 1910, para ir poco a poco penetrando en las callejas del barrio del Realejo, donde los cármenes se hermanan con los albaicineros, en belleza externa, intentando imaginar el tesoro que su interior encierran.

                                                   Placa dedicada al pintor D. Gabriel Morcillo
                                                       Cármen del Realejo

        ¡Cuántos recuerdos!, al contemplar la placa dedicada a aquel pintor granadino, al  que tuve la suerte de ver retratar con los pinceles, en la Escuela de Artes y Oficios, como mi primer guía en estos senderos del arte pictórico.


       El ligero sonido de los dos chorritos de agua del pilar, que se interponen en mi camino, para aliviar la sequedad de mi garganta saturada, al acaparar tanta magnificencia y belleza en este paseo mañanero.
¡He llegado a mi barrio, estoy en el Realejo!



¡Qué sonora va el agua
Llamándose Granada!
                                       José Medina Villalba